Celebrar una fiesta de quince años a las ocho de la mañana parecía un poco raro. La invitación no tenía código de vestuario, y supe, de entrada, que tampoco habría plato frío, lluvia de sobres ni champaña. Era una fiesta diferente. De hecho, todavía no sé si era una quinceañera o un quinceañero, pues algunos le dicen Linea K, pero en confianza lo llamamos metrocable de Santo Domingo.
Además de los servidores Metro en calidad de anfitriones, también llegaron los vecinos de la zona, invitados especiales por derecho propio. Como político que se respete se hace esperar, un poco más tarde de la hora acordada llegaron el gobernador y el alcalde. El primero, sacando pecho por ser considerado el papá del cable, luciendo la mejor de sus sonrisas. El segundo, con su innegable carisma, fue asediado por un enjambre de niños futbolistas, estudiantes y personas de la comunidad que querían tomarse la foto de rigor con el alcalde.
El Himno Nacional, a manera de vals sin baile, abrió la fiesta. Luego vinieron las palabras en honor a la homenajeada. Cuatro discursos, muy bonitos y emotivos, en especial el de Rosalbina, una líder comunitaria que no solo agradeció las bondades recibidas, sino que, aprovechando la presencia de los dueños del aviso, pidió un poco más de beneficios para su barrio. Tomaron nota y el micrófono cambió de manos...
A mi memoria empezaron a llegar, como un déjà vu, apartes de El tejido social de los metrocables, una historia pionera en Medellín de movilidad ambientalmente sostenible y socialmente incluyente, escrito por mi amigo, pariente y paisano Juan Álvaro González Vélez. Terminada la fiesta corrí a buscarlo en mi biblioteca, solo para volver a leer cómo fue que fue...
Allí, a manera de introducción, Tomás Elejalde Escobar, a la sazón Director de Planeación del Metro, escribió: “...No hay nada novedoso en querer transportarse sobre montañas y hondonadas con la ayuda de una soga de cuero, un lazo de cabuya y un cable de acero. Lo novedoso está en querer superar, en pequeñas góndolas para diez personas prendidas a un cable, no solo calles empinadas de intrincado tramado urbano, sino hondas diferencias sociales”. Cierto. Porque han de saber las nuevas generaciones que, si hoy la ciudad les parece conflictiva, hace 15 años era impensable poder caminar por barrios que ni sabíamos que existían, porque como decían sus mismos habitantes, “la muerte por aquí camina rápido...”.
Hoy, casi doscientos millones de usuarios después de la puesta en servicio, con las cabinas en proceso de modernización y repotenciación para dejarlas mejor que nuevas, nuestro primer metrocable sigue siendo conector de convivencia social y referente de inclusión con hechos concretos que la gente por fin sintió, después de mucho tiempo de olvido estatal y promesas incumplidas, en un sector que, gracias a él, hasta turístico se volvió, para beneficio de los 240 mil habitantes que lo usan y quienes los visitamos de tarde en tarde. Dejo a fuego lento, para otro domingo, algunas historias de su construcción.
¡Feliz cumpleaños, querida Línea K!.