Llegó a mis manos por recomendación de una amiga un libro titulado “Creados para la grandeza”, del autor francés Alexandre Havard, quien dedica sus investigaciones y textos al estudio del liderazgo y de las virtudes. Leer este libro me hizo pensar en la manera en la que se enseña esta materia y en el vacío que significa hacerlo dejando de lado la conversación sobre los valores y virtudes.
Puede ser común que, para afinar habilidades en materia de liderazgo, leamos o tomemos cursos sobre comunicación, empatía, búsqueda de propósito, creación de marca personal, entre otros. Todo lo anterior es necesario y hace bien a quien quiera fortalecer sus aptitudes para manejar equipos con mayor eficiencia y generar un impacto en su organización o la sociedad en general. Pero, al limitarnos a estos asuntos, puede quedar un vacío en el conocimiento y reflexión sobre las virtudes, que en últimas son quienes orientan nuestras decisiones.
Un primer punto que Havard propone radica en la importancia de conquistarse a uno mismo y dominar la autonomía y la libertad propias. Esta idea me hizo recordar un discurso del almirante norteamericano William McRaven ante graduandos de la Universidad de Texas, en donde proponía que el primer paso para cambiar el mundo se daba al tender la cama en la mañana. Antes que dirigir a otros, debemos dirigirnos a nosotros mismos con excelencia.
Un segundo aspecto esclarecedor del texto tiene que ver con la diferencia entre gestión y liderazgo. “Gestionar es hacer que las cosas pasen, pero hacer que la gente crezca es liderazgo”. De esta manera es conveniente diferenciar entre personas con buena capacidad de gestión y líderes, que, según el autor francés, se caracterizan por su capacidad de inspiración y de hacer que quienes los rodean crezcan personalmente. Así, no todo gestor es necesariamente un líder, pues para adquirir esta condición es necesario algo más que sólo hacer.
También me llamó la atención la idea del servicio como condición de un liderazgo cimentado en virtudes. “Muchos quieren ser grandes, pero pocos quieren oír hablar de servicio”, propone Havard. Servir requiere humildad, pues, por definición, debe haber un cierto grado de olvido de sí mismo para pensar en los demás. De esta manera es difícil que haya un verdadero liderazgo donde no está presente la virtud de la humildad.
Por último, está el componente de la determinación. Las personas que cultivan la virtud de la magnanimidad, que es el hábito de luchar por grandes ideales —expone Havard—, tienen una gran decisión en cumplir un propósito en sus vidas. Lo anterior no es fácil de descubrir, pues son innumerables los problemas que resolver y los caminos para hacerlo. Así, el descubrimiento de un propósito y las acciones necesarias para cumplirlo requiere de formación en virtudes antes que en habilidades. ¿Lo estamos haciendo bien?