En Medellín ya empezábamos a perder el sentido de la audición desde hace 43 años, cuando, en febrero y marzo de 1976, en EL COLOMBIANO publicamos la primera investigación periodística de profundidad y en serie sobre la contaminación ambiental. La realizamos los reporteros Fernando Londoño Muñoz, Víctor León Zuluaga Salazar, Arturo Giraldo Sánchez, Rafael Cervantes Bossio y yo.
Con ese trabajo, pionero en el periodismo nuestro, merecimos premios y distinciones y respuestas muy serias y alentadoras de universidades, empresas y gobierno. Pero el tema del ruido, que me tocó afrontar en aquella serie como novedad de entonces, siguió creciendo y propagándose. Tal parece como si los altos índices de contaminación acústica hubieran causado estragos generales, con la consiguiente acentuación de la sordera en los sectores público y privado.
Hoy en día, padecemos el contraste patético entre una ciudad envuelta en un paisaje visual envidiable y donde la protección del ambiente para evitar el deterioro por la degradación de las aguas y el aire sigue siendo asunto prioritario, pero agobiada, a la vez, por un paisaje acústico, sonoro, insoportable, intimidatorio, enloquecedor. Medellín puede ser una de las urbes más ruidosas del planeta.
No me digan que eso equivale a vitalidad. El ruido no es aquí sinónimo de trabajo, de fuerza transformadora, sino de incultura, falta de educación, irrespeto por los demás, desafío a normas elementales de física y de salud.
Si en el documento de Medellín cómo vamos presentado el viernes en la Cámara de Comercio, la percepción ciudadana sobre el medio ambiente es la peor entre todos los criterios analizados (sólo un 20 % de la gente manifiesta satisfacción), tengo la plena certidumbre de que la atmósfera bullosa es la que más influye en ese porcentaje negativo del 80 % de la gente descontenta.
Por supuesto que las aguas, los suelos y la atmósfera visible y respirable necesitan cuidado permanente, pero mucho se ha hecho. En cambio, la contaminación ruídica no les ha merecido a los equipos y funcionarios competentes la suficiente atención para intervenir en la defensa de los derechos a la tranquilidad y a la salud mental.
Tenemos suficiente ilustración sobre los planes de los candidatos a ser elegidos. Los llamados debates han abundado en información, para el electorado más responsable, exigente y civilizado del país, el de Medellín. Por mi parte, ya tengo pensada mi decisión para el domingo 27. Mi voto será por ciudadanos íntegros, capaces, innovadores y sin tacha, que salvaguarden los intereses vitales de la ciudad y la región. Aquí la gran mayoría de la gente debe votar por aquellos que, además de las otras soluciones, garanticen una estrategia convincente contra el ruido espantoso, que nos daña la calidad de vida y nos destruye el paisaje sonoro.