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La elección de Claudia Blum como canciller, además de sorpresiva, no es ni buena, ni mala, ni decepcionante, ni promisoria. Es una gran incertidumbre aquello que ella pueda hacer por dos razones: Carlos Holmes Trujillo lo estaba haciendo bien como canciller. Se esté o no de acuerdo con su trabajo, era uno de los ministros más sobresalientes y con mayor carácter en el gabinete Duque. Dos, Blum lleva mucho tiempo por fuera de la esfera política y uno se pregunta si era la persona idónea para asumir la cabeza de la política exterior colombiana en un momento tan crítico en la región. Aquí se conjugan varios factores como la posición de Colombia frente a Venezuela, la relación con EE. UU., por lo que ha significado el gobierno de Trump, además de otras crisis. En el plano internacional lo único que se sabe de la nueva canciller fue la forma discreta y falto de protagonismo de su desempeño como embajadora. De todas formas, la política exterior de Duque no ha sido la más acertada y ahora se equivoca ideologizándola y reconociendo al nuevo gobierno de Bolivia, que es de facto, poca legitimidad e impuesto de una manera muy dudosa. Sin embargo, es consecuente con lo que prometió en campaña: aislar a Maduro, estrategia altamente costosa para el país.