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Está bien que los estados hagan nuevos llamados por la defensa de la biodiversidad, pero no pasarán de ser asuntos simbólicos. Ni los países ricos ni aquellos en vía de desarrollo, como el nuestro, están dispuestos a tomar decisiones de fondo, como tampoco lo hacen para frenar el cambio climático, con base en el Acuerdo de París, que es vinculante.
Por más de 20 años he hecho parte de negociaciones ambientales internacionales, muchas con la ONU, y puedo concluir que el mundo sigue en deuda en la aplicación de acciones reales para revertir la extinción masiva de flora y fauna, tema urgente por sus implicaciones sobre la vida en la tierra, incluyendo al hombre. La destrucción de la Amazonia es una de las cosas más graves que está sucediendo, pero los países con territorios sobre la misma no enfrentan, como se debe, su destrucción y explotación irracional.
En cambio climático sino se toman unas medidas que impidan que la temperatura de la superficie de la tierra no suba más allá de 1,5 grados centígrados, el mundo entrará en problemas, como lo advirtió, desde 2018, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático. Lo peor, parece que tal límite se superará, con efectos nefastos sobre amplias regiones de la tierra.