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Los ciudadanos cumplen en gran medida con las normativas instauradas por el Estado que se asientan sobre directivas claras y contundentes. Y esto es de esperar. La incertidumbre y el estupor se apoderan del individuo, y son los peores enemigos durante una crisis de la magnitud como la que vivimos actualmente. Es imprescindible que en medio de un enemigo desconocido, que cambia día a día, se necesite una guía a seguir, algo así como un manual de instrucciones, que aunque cambie en forma cotidiana, brinde un marco de contención y directrices que generen una cierta seguridad, en medio de la angustia y el desasosiego.
Pero una pandemia se diferencia de otras catástrofes en el tiempo de duración. Y lo que parecía un embeleso, propio del inicio de un enamoramiento, respecto del gobierno y las medidas tomadas dio paso a la “dictadura de los opinólogos”. El bien común y la solidaridad a medida que pasaron las semanas se trasformó en el bien individual, apareció la fractura y cada ciudadano parece tener la “verdad” sobre el coronavirus, cada uno parece querer actuar de acuerdo a sus convicciones que se forman con base en un enjambre de mínimos o nulos conocimientos sobre covid-19 y grandes construcciones sobre sus alcances médicos, económicos, políticos y hasta emocionales.