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Orgullo de ciudad y reconocimiento de su capacidad transformadora, emprendedora e innovadora, aun en sus momentos más críticos del pasado, es la celebración, por segunda vez, de la 49 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la capital antioqueña, un evento que solo en contadas excepciones se hace por fuera de su sede en Washington DC.
Cada antioqueño debe convertirse en embajador de su ciudad y país para brindar máximo apoyo y atención a los cancilleres, dignatarios y delegaciones de los 35 Estados del hemisferio que nos visitan y tienen presencia en el foro continental.
La realidad histórica del continente, marcada por profundas desigualdades sociales, la falta de oportunidades, violación de DD.HH. e infracciones al DIH; la usurpación del poder en algunos países por dictaduras genocidas y la corrupción; pero también por los retos de un continente que le apuesta al desarrollo común y sostenible; la defensa de la democracia, la naturaleza y la multilateralidad, gravitan en esta cumbre de naciones y exigen máximos compromisos de los gobiernos para redireccionar y, si es del caso, reinventar a la OEA para llevarla al protagonismo del cambio regional y global.
Azaroso para el futuro del continente y el mundo que la Asamblea General repita lo vivido en sesiones pasadas, cuando, a cambio de adoptar estrategias conjuntas y de fondo para expulsar la casta mafiosa que usurpó el poder en Venezuela, se centró en la atención de las llagas que deja la dictadura, expresadas en una diáspora sin precedentes en el mundo. Torturados, encarcelados, gente que muere de hambre y enfermedades en calles y hospitales por falta de atención y drogas; destrucción del aparato productivo y las garantías ciudadanas, entre otros males.
Colombia, la nación más afectada con la diáspora, que ha atendido y acogido con generosidad a más de un millón de errantes del país vecino, espera que las decisiones de la Asamblea 49, vayan en la dirección correcta y conjunta por la recuperación de la democracia venezolana. Los errantes necesitan de la cooperación internacional. En esto Colombia no puede quedarse sola.
La tensión en el continente crece porque, aún sin conocerse el informe detallado de la visita a Venezuela de Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, la frustración es grande por el reconocimiento a Maduro como presidente. Posición que contrasta con la adoptada por la mayoría de países de la región que apoya a Juan Guaidó, como presidente legítimo.
Sin el mismo poder desestabilizador y amenazante de la paz regional y global de la dictadura de Maduro, también será clave la posición de la OEA frente a la crisis nicaragüense. Más que resolver el impacto de la migración centroamericana hacia EE. UU., el foro de naciones debe centrarse en la erradicación de los males que lo generan: dictaduras, pobreza, falta de oportunidades, populismo, crisis políticas y violación sistemática de los derechos humanos.
De trascendencia global deben ser las decisiones del encuentro de Medellín frente a la corrupción transnacional, la cual tiene como principales larvas, al narcotráfico y Odebrecht. Esta que terminó por incrustarse en las máximas esferas del poder de la casi totalidad de los Estados miembros de la OEA. No son pocos los presidentes, expresidentes y altos dignatarios que han terminado tras las rejas por este mal global que, lejos de ser derrotado, se consolida.
Se debe reiterar, el compromiso de la OEA debe ser con todos los ciudadanos, la defensa y promoción de la multilateralidad, el acceso a la justicia, la educación, la gobernanza, el debate político, la cooperación entre naciones, la seguridad y la estabilidad del continente.