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Editorial

Castillo, contra las cuerdas

Castillo decretó un toque de queda, a la desesperada y sin mucha reflexión, lo que ha despertado indignación en la ciudadanía. Otro incendio más que debe apagar en menos de un año como presidente.
Publicado

La capacidad para gobernar del presidente de Perú Pedro Castillo ha estado en entredicho más que nunca durante los últimos días. Si lleva meses sorteando diferentes crisis que le han impedido consolidar su gobierno, ahora ha conseguido que sus ciudadanos se vayan en contra de él debido a la reacción desproporcionada que ha tomado frente a las protestas de transportistas y agricultores que se desarrollan por todo el país a causa de los precios del gas.

Las protestas han sido el golpe más reciente al asediado gobierno de Castillo, que fue elegido con amplio apoyo campesino, pero ha visto su popularidad descender dramáticamente, incluso en las regiones rurales donde encontró el apoyo que le ayudó a vencer en las urnas el año pasado.

Perú lleva más de una semana de bloqueos en las vías y manifestaciones en muchos lugares. Pero el lunes pasado cundió el desconcierto porque empezaron a circular en redes sociales imágenes de buses del servicio de transporte público quemados, tiendas saqueadas y comerciantes desesperados. ¿La respuesta del presidente Castillo? Decretó un toque de queda repentino que fue informado a la población a la media noche, con lo cual al día siguiente se vivió el caos. No solo porque la gente salió a realizar sus actividades normales sin tener información sobre esta decisión, con lo cual la medida se convirtió en imposible de acatar, sino porque los medios comenzaron a demostrar que los videos de las redes eran falsos o correspondían a hechos vandálicos ocurridos hace unos cuantos años.

Revelada esta mentira, la decisión de emergencia tomada por el gobierno se quedó sin justificación. Y puso en evidencia a un pequeño grupo de personas que azuzaban para que se viera como si el país estuviera en manos de saqueadores. Así las cosas, varias voces se alzaron para resaltar que el gobierno de Castillo no tenía capacidad para organizar y controlar ni siquiera su propia medida.

Llama la atención de algunos que este conflicto social ocurra mientras se incendia el edificio de la Unidad de Lavado de Activos de la Policía, donde se investiga, entre otros, actos de corrupción del actual gobierno. Muchos sienten que todo esto es una maniobra de distracción para poner el foco en otro sitio y que la solución planteada por Castillo es absolutamente desproporcionada, pues había otro tipo de medidas que podrían haber ayudado, como poner más seguridad en los establecimientos comerciales frente a los rumores de saqueos.

Y es que encerrar a diez millones de personas en Lima y Callao tiene sus complicaciones, además de que no parece ser muy constitucional. El decreto destacó que quedaban suspendidos los derechos constitucionales relativos a la libertad y seguridad personal, la inviolabilidad del domicilio y la libertad de reunión y tránsito. Así que el debate quedó servido y al parecer hay organizaciones convocando a protestar por esta medida. O sea que en lugar de aplacar la furia, el presidente ha conseguido exactamente el efecto contrario.

La verdad es que, a lo largo de los ocho meses que lleva Castillo en el poder, son cada vez más sectores políticos los que piden su renuncia a la presidencia de Perú. Y aunque por ahora prima la mesura y se sigue buscando tender puentes para garantizar la institucionalidad, esta, que forma parte del sistema democrático, se debilita cada día un poco más. Lo preocupante en el caso peruano es que no se vislumbra en el horizonte una figura que pueda garantizar una transición ordenada, así que la idea de que Castillo se vaya no parece ser la solución.

Por ahora, la imagen es la de un presidente contra las cuerdas. Aunque consiga reducir la intensidad de las protestas mediante negociaciones, se avecinan múltiples incendios para los que su gobierno no parece estar preparado. Castillo, además, se expone a una tercera moción de vacancia para destituirlo por incapacidad moral, aunque todo dependerá de sus cifras de popularidad. Y tendrá que escuchar cada vez más voces que piden su renuncia, aunque, probablemente, le resbalen, porque parece no entender el escenario político y el ánimo ciudadano que en gran medida lo rechaza. Complejo panorama para un presidente que no ha cumplido su primer año como mandatario y que debería estar disfrutando esa luna de miel que se conceden al principio los ciudadanos con sus líderes elegidos en votaciones democráticas 

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