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El 6 de marzo de 2020, el Ministerio de Salud de Colombia confirmaba el primer caso de Covid-19 en el país, en un joven de 19 años. Las semanas anteriores habían sido de noticias constantes sobre el tema, bajo las advertencias de la inminente e inevitable llegada del virus al país. Los ciudadanos veían las noticias provenientes de países como Italia y España –naciones con las cuales el flujo de viajeros era habitual y constante– desbordados por la magnitud de los contagios y por el colapso de sus servicios de salud. La Organización Mundial de la Salud, consecuentemente, declaró el 11 de marzo que el coronavirus (derivado del SARS-CoV-2) era una pandemia mundial, y lanzó unas alertas de tono perentorio que para muchos, a pesar de los casos internacionales, sonaron apocalípticas.
Muchos fueron los ciudadanos que no podían dar crédito a que un virus obligara al encierro de varias semanas, a la interrupción de la vida cotidiana, la asistencia a los trabajos y a los centros educativos, la parálisis de la actividad comercial, turística y, en general, de servicios. El mundo se asomaba a un panorama que solo había cruzado por la cabeza de algunos novelistas y cineastas, o de estudiosos de la salud en el planeta cuyos planteamientos fueron sistemáticamente ignorados, pues chocaban con lo que se consideraba propicio para la creación de confianza.
El sistema de salud nacional tuvo que reaccionar sobre la marcha y medios tecnológicos, científicos y humanos rendir en modo emergencia para conseguir equipos, aprender en el minuto a minuto y atender la creciente llegada de pacientes.
Los efectos económicos han sido demoledores. Con las medidas de cierres, confinamientos y aislamiento decretadas por las autoridades, la economía frenó en seco en el segundo trimestre de 2020. Según el Dane, el peor mes fue abril, en el cual el indicador mensual de actividad se desplomó -27,7 % en relación con el mismo período en 2019. Aunque posteriormente la actividad productiva se recuperó gradualmente a medida que fueron cediendo las estrictas medidas sanitarias, el PIB anual cerró con una caída de -6,8 %.
La recesión que provocó la pandemia afectó fuertemente a los sectores de construcción (-21,7 %), minas (-15,7 %) y comercio (-15,1 %). También provocó un dramático aumento en el desempleo, que llegó a estar por encima del 20 % durante varios meses, para cerrar en 2020 alrededor del 16 %, con un nuevo repunte el pasado mes de enero (17,3 %). Con esa situación tan complicada por el crecimiento del desempleo y de la informalidad laboral (60 %), Fedesarrollo estima que cerca de 3 millones de personas más están hoy en condición de pobreza.
El deterioro de las finanzas públicas también ha sido un golpe fuerte. La demanda de recursos proviene de todos los sectores y el Gobierno hubo de decretar no solo la emergencia sanitaria, sino la económica y social. Con ingresos reducidos y tantas necesidades de gasto la salida ha sido el endeudamiento, que aumentó hasta 64,8 % del PIB en 2020 (venía de 50,3 %), y puede seguir creciendo en 2021 (65,2 %).
Otras preocupaciones son los efectos en los niños de la ausencia prolongada de asistencia a las escuelas y colegios, y la salud mental de enormes núcleos de la población. Aunque la pandemia ha activado mecanismos de resiliencia individual y colectiva, e impulsado otros sectores de vanguardia tecnológica y conectividad, los colombianos esperan con ansias que los cronogramas de vacunación avancen eficazmente para recuperar tan pronto sea posible una normalidad que, confiamos todos, permita un despegue hacia nuevos escenarios de bienestar general