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Editorial

¿Congreso de influencers?

Parece que la noción de política de algunos miembros del Pacto Histórico es el atropello a la palabra del otro”.
Publicado

Durante la posesión del nuevo Congreso hubo una escena que sirve como abrebocas de lo que tal vez nos espera en las deliberaciones en el legislativo.

La nueva congresista Susana Gómez Castaño, de nombre artístico Susana Boreal, elegida representante a la Cámara por Antioquia en la lista del Pacto Histórico, en un momento dado interrumpe el discurso del presidente Iván Duque cantando una versión de la canción Bella ciao. Era evidentemente un acto de saboteo, pues tenía preparada a toda su bancada para que repitiera con ella “Duque, chao, chao”, al ritmo de este himno, que tuvo un origen político en Italia, pero que para las nuevas generaciones es más conocido por ser el himno de los delincuentes de la serie La casa de papel.

Naturalmente Susana Boreal se graba en video y pone ese video en las redes sociales, en busca de likes, retweets y esas métricas que han venido a sustituir el pensamiento. Al fin y al cabo, su curul en el Congreso se la ganó así, haciendo un performance de directora de orquesta en uno de los tantos días del paro nacional del año pasado. Bienvenidos al Congreso de los influencers.

Empecemos por lo primero. No haber dejado hablar al presidente Duque fue uno de los más grandes gestos de patanería y grosería que recordemos en la política colombiana. La cosa es muy simple: si estamos en una democracia, hay que dejar hablar al otro y escucharlo. No necesariamente hay que acoger lo que dice, pero hay que dejar que lo diga. Y si no se está de acuerdo con algo, se procede a exponer el desacuerdo con razones. Pero eso no pasó este 20 de julio en la instalación del Congreso. Gritaban e insultaban. No importaba qué dijera el presidente, el estribillo lo tenían preparado. Parece ser que la noción de política de algunos miembros del Pacto Histórico es el atropello a la palabra del otro: callar mediante el matoneo y la intimidación a quien no repita su credo.

Si Duque fue o no un buen presidente se puede discutir. Si su discurso de la tarde del 20 de julio fue bueno o malo se puede discutir. Se pueden ofrecer, en ambos casos, razones a favor o en contra. Pero el asunto no se puede resolver por la vía de la chichonera y la gritería. Y, sobre todo, no se puede resolver impidiéndole a Duque, o a quien quiera que sea, que hable. Primer motivo de preocupación: si la manera como el petrismo va a manejar los debates parlamentarios es callando a gritos a sus contrarios, imponiendo a fuerza de abucheos su agenda, si lo que van a repetir es el modus operandi de las bodegas en Twitter, vienen tiempos difíciles.

Segundo motivo de preocupación: ¿qué puede salir de un Congreso de influencers y activistas? Esto no es un tema de orientación política: sean de derecha, sean de izquierda o sean de centro, los miembros del Congreso de la República tienen responsabilidades muy serias, tal vez las más importantes en el sistema democrático. Esas responsabilidades exigen capacidades, concentración y trabajo duro. Quien conozca el ritmo del Congreso sabrá que, más allá de los escándalos usuales, la dinámica parlamentaria es de duras jornadas, que se suelen prolongar hasta horas de la madrugada, en las cuales línea por línea se analizan los proyectos de ley y de reforma. La mayoría de estos proyectos exigen horas y horas de estudio y análisis. Incluso reconociendo que muchas conductas parlamentarias han merecido el rechazo ciudadano, es también verdad que, hasta ahora, el Congreso y sus integrantes han tenido la seriedad de estudiar los proyectos que ante ellos se presentan, y hacerlo con un grado al menos aceptable de disciplina y seriedad.

Pero el nuevo Congreso estará conformado en buena medida por gente que viene del activismo, y, muy especialmente, del activismo de redes sociales. No pretendemos desconocer su elección, ganada dentro de las reglas de la democracia. Pero sí nos preocupa si tienen o no la disciplina y la disposición de trabajo que exige la dinámica legislativa. El activismo de redes sociales tiene otras reglas: allí no hay tiempo para leer ni para pensar; la concentración se pierde en un instante, y la deliberación juiciosa se reemplaza por los likes. Los mensajes son rápidos, y su condición de éxito no es que sean sustanciosos o inteligentes, sino que lleguen rápido a las emociones, que pasen en un segundo del celular a nuestras entrañas, y provoquen un like o un retweet, después del cual el tema se pierde en el aire. Difícil imaginar a las personas que viven de esta dinámica dedicados a leer línea por línea el presupuesto nacional o el articulado del plan de desarrollo.

Además, en el activismo de las redes sociales no hay deliberación, mucho menos el tipo de deliberación informada y juiciosa que exige la democracia. En el activismo de redes sociales se lanzan mensajes bomba buscando que tengan impacto; no hay confrontación de ideas, sino competencia de quién tiene más interacciones o quién logra posicionar un hashtag. Si esa es la manera como se van a discutir los proyectos que lleguen a este Congreso, hay razones para preocuparse 

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