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En este gobierno que arrancó medio en el caos, sin poder conformar gabinete y equipos, con funcionarios dando bandazos aquí y allá, con nombramientos que se caen y otros que se dejan en suspenso, con un presidente que no aparece a las ceremonias más importantes y da dos o tres versiones diferentes sobre su ausencia, en fin, en medio de semejante despelote, parece que hay solo una cosa que arrancó firme y a toda marcha: las conversaciones con el Eln.
En efecto, la semana pasada se informó de una reunión que se efectuó en Cuba entre delegados del gobierno nacional y jefes del Eln. No una reunión cualquiera: una reunión de tan alto nivel que allí estuvieron el canciller Álvaro Leyva, el alto comisionado de paz Danilo Rueda, el senador Iván Cepeda (el hombre detrás de la “paz total”) y el propio presidente de Cuba Miguel Díaz Canel. Como efecto de esa reunión se habría convenido dar inicio a una fase exploratoria, es decir, dar el pitazo de arranque a la negociación de paz con el Eln. Negociación sobre la cual tenemos cuatro preguntas.
Y antes de que solo por preguntar empiecen a señalarnos de guerreristas y enemigos de la paz, reiteramos: aquí siempre vamos a estar del lado de la paz y de la vida. Lo que pasa es que la paz también requiere buena metodología y buena estrategia. Ojalá, como pretenden algunos, fuera solo cosa de buena voluntad y de buenos deseos. Para poner fin a un conflicto se necesitan planes claros, con sus detalles bien afinados, con una buena ruta estratégica y, sobre todo, sin perjuicio para esos millones de colombianos que expresamos nuestras ideas con los votos y no con las armas. Con lamentable frecuencia, se termina privilegiando y dando tratamiento VIP a quienes prefirieron hacer política asesinando y secuestrando, mientras que a esa gran masa ciudadana que hace política hablando y votando se le trata con indiferencia o con dureza. Nos volvimos expertos en diseñar procesos en los que el terrorista es rey.
De modo que, en ese espíritu, van aquí cuatro preguntas.
Primera, ¿cuál va a ser el esquema de negociación? Se asume que sería algún tipo de negociación bilateral, como la que se hizo con las Farc o el M-19. Es decir, gobierno y guerrilla eligen algún lugar donde se sientan a negociar. Pero, atención, el Eln siempre ha dejado claro que no acepta ese modelo. En todos sus pronunciamientos al respecto ha dicho que el gobierno debe negociar no con ellos, sino con la sociedad, pues en su visión deformada de las cosas el Estado está en una guerra contra el pueblo. Por eso su modelo siempre ha sido el de una “convención nacional de paz”, en la que tendrían representación organizaciones sociales, campesinas, etc. No hay que ser muy sagaz para ver la trampa detrás de esto: un proceso así, carente, además, de reglas claras, terminaría dominado por el Eln a través de las organizaciones que ellos cooptan.
Segunda, ¿esos “altos mandos” realmente mandan? Si vamos a negociar, lo mínimo sería exigir que quienes negocian realmente representen a toda la contraparte. Los rumores sobre una federalización del Eln son cada vez mayores. Y esa federalización tiene ribetes de delincuencia común ya muy acentuados: los jefes de los frentes ya no son los curas idealistas de los años sesenta, conmovidos por la teología de la liberación; son jefes de bandas organizadas de narcotráfico, extorsión y minería ilegal.
Tercera: ¿realmente hay una expectativa seria de que la organización completa se desmovilice? Después de la experiencia de las Farc, la sociedad colombiana no debería incurrir nuevamente en el error de dar la totalidad de las concesiones para obtener solo una parte de lo esperado. Si el objetivo es la paz y parar la guerra, de nada nos sirve ofrecer concesiones generosas e incondicionales si al final solo una parte de la organización deja las armas y en los campos quedan grandes disidencias haciendo lo mismo.
Y finalmente: ¿se pretende ampliar el mandato de la JEP? Algunas menciones se han hecho al respecto. Preocupa entonces que el carácter transitorio y excepcional de esta institución se diluya, y a la manera del cuatro por mil, se vaya convirtiendo en un elemento permanente de nuestra institucionalidad. Más cuando ha hecho tan poco por ganar una plena legitimidad entre los colombianos