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“La peor Semana Santa de los últimos 20 años”, dicen las autoridades de San Andrés y Providencia. Estas islas y su gente, que han hecho todo tipo de esfuerzos por orientar su vocación hacia el turismo, y que han tenido que soportar también el embate de la naturaleza, vieron caer la llegada de pasajeros y la ocupación hotelera en el contexto del cese de actividades de dos aerolíneas, Ultra y Viva. Aerolíneas que a su vez llegaron al punto de la quiebra porque el Gobierno no atendió los llamados de auxilio que ambas hicieron en su momento.
No son más halagadoras las informaciones que se reciben de otras partes del país. En la Costa Caribe también se reporta caída en la llegada de turistas. Los que recorren la Ruta del Sol se quejan del peligroso estado de la vía, llena de huecos. Los viajeros que regresan a Bogotá soportan eternos tacos, agravados por una protesta de camioneros. Los hoteles informan caída en sus reservas, y señalan a la crisis del sector aéreo y al regreso del IVA al 19%, efecto de la terminación de los alivios de la pandemia. En Medellín, los turistas nacionales se redujeron de casi 26.000 el año pasado a 8.000 en este.
Ni hablar de las perspectivas futuras. A la súbita parálisis de dos aerolíneas y el regreso del IVA a su tarifa plena, el mal estado de vías principales y los interminables trancones, estamos sumándole cada vez más el temor al regreso de la violencia a ciertas regiones. Nada más ayer se informaba la aparición de lo que parecían ser cilindros explosivos del ELN en la vía entre Popayán y Pasto (como si el derrumbe de principios del año no fuera suficiente). Y no hemos hablado de los bloqueos, que parecen estarse masificando por todo el país como modo de protesta.
No se ve, en resumen, un panorama muy alentador para el turismo hacia el futuro.
Pero un momento: ¿no era este el país que iba a sustituir con turismo los ingresos de los hidrocarburos? Así se lo oímos decir con fervor al presidente Gustavo Petro, cuando defendía la idea de no otorgar más contratos para explotación de petróleo y gas. Una y otra vez dijo que en su gobierno llegarían 12 millones de turistas al año al país, tras hacer cuentas de calculadora de cuántos turistas se necesitan para reemplazar lo que Colombia gana con el petróleo, que representa una tercera parte de las exportaciones colombianas, deja más de $10 billones en regalías y aporta al fisco nacional más de $18 billones al año, en cifras de 2022.
Con todo y lo discutible que es esa idea, al menos uno la podría tomar en serio si viera acciones concretas, sistemáticas y coordinadas que se dirigieran en ese sentido. Si se viera una política clara, con estrategias, indicadores, responsables y resultados, cuyo objetivo fuera convertir a Colombia en un país más atractivo para el turismo, podríamos al menos discutir esa posibilidad. Pero lo que vemos es todo lo contrario. Este es un caso más de aquellos en los que este gobierno ha decidido vivir del cuento.
El cuento es importante: a la sociedad es necesario transmitirle una visión, unos conceptos orientadores, unos objetivos y un horizonte de futuro. Pero tiene que ser, primero, un cuento serio. Es decir, no basta con coger una calculadora, dividir y multiplicar y lanzar el dato a manera de propaganda. Hay que estudiar escenarios, definir acciones posibles, destinar un presupuesto y sobre todo actuar. Es fundamental pasar del cuento a la acción. La sociedad espera resultados, y muy rápidamente se decepciona si no los ve, y peor aun, si ni siquiera ve acciones encaminadas a lograrlos.
Esta, quizás, sea una de las razones por las cuales terminó tan rápidamente la luna de miel de la opinión pública con el gobierno. Por todas partes lo que vemos son ejercicios retóricos permanentes.
A punta de cuento, por ejemplo, nos quieren meter en un nuevo sistema de salud que no tienen claro cómo funcionará, y cuya justificación principal es, de nuevo, fórmulas retóricas como “el paciente no es un cliente”.
Hicieron años de campaña contra Iván Duque por supuestamente incumplir el acuerdo de paz y desproteger a los líderes sociales. Hoy siguen dedicados a la misma retórica, pero en la práctica a los líderes sociales los siguen asesinando, e incluso el ex jefe de las Farc afirma haberse sentido más seguro en el gobierno de Duque que ahora.
En el discurso han hablado de tierras para campesinos, de miles de centros de atención primaria en salud, de millones de turistas, de infraestructura energética construida por comunidades, y muchas cosas más. A punta de cuento están enredando el metro de Bogotá.
En los círculos más fieles del petrismo celebran cada uno de estos anuncios y los promocionan como logros. Tal vez por eso el gobierno no se siente presionado a ejecutar: porque se acostumbró a que los discursos son considerados logros. Ese vivir del cuento, ese vivir en un mundo donde hablar cuenta como ejecución, puede llevarnos a cuatro años de parálisis en la gestión pública. El turismo es el primer afectado pero no será el último.