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Editorial

El apagón de los discursos

Poner en riesgo la seguridad energética del país, al igual que pasó en los años 90, sería volver a nuestros pasados más oscuros.
Publicado

No había ocurrido nunca, o por lo menos no en muchos años, que el Ministerio de Minas y Energía fuera protagonista de las más enconadas polémicas mediáticas.

La lista es larga. La ministra Irene Vélez alborota una y otra vez el avispero diciendo que en Colombia no se otorgarán nuevos contratos para la exploración de petróleo y gas. La semana que termina se destapó tremenda controversia por un informe que a pesar de no haber sido avalado por los técnicos ha sido utilizado por la ministra Vélez para tomar decisiones. Y hace cuatro días el presidente Gustavo Petro anunció que se tomará las comisiones de regulación de servicios públicos, que incluyen por supuesto las de energía y gas.

Más allá de los titulares y la polémica, el debate crucial que el país debe propiciar es el del futuro de la energía en Colombia. Nuestra economía depende, literalmente, de tener un abastecimiento confiable de energía, por no hablar de la energía como herramienta indispensable para procedimientos médicos o para evitar la deforestación de los bosques. Poner en riesgo la seguridad energética del país, al igual que pasó en los años 90, sería volver a nuestros pasados más oscuros.

Colombia es uno de los ejemplos a seguir en materia de energía eléctrica: el 70% de la capacidad instalada viene de energías renovables –hidroeléctrica, solar y eólica– y apenas 30 % viene de energías térmicas generadoras de emisiones de CO2 – principalmente carbón y gas-. Cualquier otro país del mundo desarrollado envidiaría tener estas cifras de generación eléctrica, que seguirá siendo cada vez más el motor de nuestra economía.

En Colombia nos hemos preciado de tener la sexta matriz de energía eléctrica más limpia del mundo y hace apenas seis meses el país apareció en el cuarto lugar en el mundo entre los países con una mejor preparación para hacer que la inversión en transición energética funcione. Un ranquin llamado Climatescope que elabora Bloomberg NEF y en el cual destacan la tarea que hizo el gobierno de Iván Duque en cuanto a energías limpias.

Cuando se amplía la canasta y se incluye el petróleo los números cambian: según datos de Asoenergía, el 46% de nuestro consumo energético total viene de petróleo y sus derivados. Aun así, Colombia emite menos del 0.5% de las emisiones globales de CO2. Por supuesto, ojalá, se pueda ir disminuyendo esa cifra en el mediano plazo. Pero de todas maneras no somos el monstruo contaminante que algunos quieren vender para construir eslóganes de impacto.

Sin embargo, el grueso de los mecanismos para dejar atrás el petróleo y sus derivados están fuera de nuestras manos. El 44% de ese consumo viene del sector transporte. ¿Vamos a cambiar de la noche a la mañana todos los carros, camiones y buses a eléctricos? Menos del 1% de los automóviles vendidos en Colombia el año pasado fueron eléctricos, a pesar de ser el segmento que más crece. La capacidad de desligarnos del uso de petróleo dependerá más del desarrollo tecnológico de afuera, y escasamente de lo que podamos hacer adentro.

¿De dónde seguirá financiando el Estado el gasto social que tanto necesita sin los ingresos de Ecopetrol? Si esos ingresos los vamos a reemplazar con turismo, ¿en qué vendrán esos turistas? ¿Será que los aviones en los que se trasporten serán los primeros del mundo en no generar emisiones de CO2? ¿O no será más bien que con el turismo masivo nos podemos convertir en un país más contaminante? ¿Dónde estaría el dólar en este momento sin la entrada de divisas de las exportaciones de petróleo?

El sector energético aporta el 40% de exportaciones, el 30% de inversión extranjera directa, el 15% de ingresos fiscales y el 25% de presupuestos de inversión de municipios y departamentos, según datos publicados por el exministro Diego Mesa.

¿Entonces qué va a pasar en 2028 cuando las reservas de gas empiecen a flaquear y cuando estemos gastando los viejos hallazgos de petróleo sin estar buscando nuevos?

El cambio climático es un problema real, pero pretender que Colombia puede cerrar el grifo de producir petróleo y gas de un día para otro solo se puede explicar, en la interpretación más generosa, como producto de una mentalidad idealista desconectada del conocimiento técnico y de la realidad del mercado.

El hueco que Colombia deje en el mercado del petróleo no ayudará en nada al mundo: automáticamente llegará otro jugador y lo llenará. Esa es la ley de la oferta y la demanda. Brasil seguirá explotando hidrocarburos, al igual que Venezuela. El cemento, los fertilizantes, el acero, los plásticos y el transporte terrestre y aéreo, cimientos de la economía moderna, seguirán demandando por muchos años altos consumos de combustibles fósiles. El mundo no los abandonará de la noche a la mañana.

No sería descabellado pensar, por ejemplo, que con cualquier fenómeno del Niño agudo vengan de nuevo amenazas de apagones y como no tendríamos gas para la generación térmica (hasta Alemania se quedó sin gas por la guerra de Ucrania) nos tocaría prender las plantas a carbón.

El mayor potencial para el crecimiento de las energía eólica y solar está en La Guajira y ya hay capacidad instalada para producirla. Pero está atrapada porque las consultas previas tienen atrasada la construcción de las obras de trasmisión de esa energía al resto del país. ¿Será mucho pedir que le dediquemos un tris menos a la retórica en los escenarios internacionales, que al final solo beneficia al orador de turno, y nos concentramos más en las tareas y las obras que de verdad van a contribuir a seguir avanzando en la transición energética?

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