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En una de sus proclamas propagandísticas, decía ayer Nicolás Maduro en uno de sus trinos que “en Venezuela estamos haciendo posible el milagro del crecimiento de la economía real y productiva, la que crea bienes y servicios para satisfacer las necesidades de la sociedad y la familia venezolana”.
Realidad paralela, “hechos alternativos”, cinismo, burla cruel contra su pueblo, o todas las anteriores. Cualquier venezolano de los que deambulan por el continente buscando asegurar su supervivencia y los elementos mínimos para comer, que vea esa falacia, recordará que de todo fueron privados por la dictadura, hasta del real significado del lenguaje.
No solo en las dictaduras, pues en las democracias también se da ese juego sucio con las palabras y la emisión constante de proclamas engañosas -no hay que ir muy lejos de nuestra ciudad para verlo a diario-, pero lo que empeora la situación en aquellas es que no hay formas de controlar políticamente a quienes manejan todos los resortes del poder, ni de que las evidencias de sus engaños tengan consecuencias.
La maquinaria chavista de propaganda falsa, de proclamas encendidas pero vacías de respaldo en la realidad, según el modelo castrista cubano, toma cada tanto un tema para erigirlo en soflama patriótica, y mejor si es acusando a otro país de intervencionismo, imperialismo o abuso.
En los últimos días, al régimen de Maduro y sus cómplices de la cúpula de las Fuerzas Armadas Bolivarianas han visto cómo se les devuelve el búmeran de su amparo a toda clase de carteles guerrilleros y narcotraficantes. Por primera vez se informa de combates sostenidos entre los soldados venezolanos y facciones guerrilleras que el régimen dice que son colombianas.
Es posible que, en efecto, sean colombianas y que, como lo han dicho personas del círculo de Juan Guaidó, sean grupos armados ilegales (disidencias de las Farc) que se declararon no sujetos al mando de alias “Iván Márquez” y de sus alfiles “Romaña”, “El Paisa” o “Jesús Santrich”. La sospecha de que el régimen de Maduro les esté haciendo un favor a estos últimos no es para nada infundada, al “limpiarles” sus zonas para que puedan seguir desde allí conspirando contra la seguridad de Colombia.
La retórica de Maduro, de Jorge Arreaza, encargado de sus relaciones internacionales, o del jefe de todos los militares, Vladimir Padrino, apunta hacia el montaje de un casus belli contra Colombia, que no por ser el enésimo debe ser tomado a la ligera. Nuestro país movilizó refuerzos hacia la frontera y, como era previsible, Maduro y Padrino también lo ordenaron. La posibilidad de una escaramuza armada o de algo mayor está ahí latente, algo que al venezolano le convendría para sus propósitos de distraer la mayúscula crisis de su país.
Rotos como están los canales de cualquier contacto con la dictadura venezolana, la diplomacia colombiana debe movilizarse para informar adecuadamente a las democracias del continente, y en el seno de la OEA, sobre la situación, que aunque conocida por esos gobiernos, no ha sido objeto de pronunciamiento o condena, lo cual agudiza la soledad de Colombia ante la amenaza persistente contra su seguridad e intereses nacionales.
La siembra de minas antipersonal por parte de estos grupos criminales en Venezuela, que afectan a su población civil, así sea también corresponsabilidad del régimen chavista por sus complicidades con esos grupos guerrilleros, debe en todo caso ser objeto de inequívoca condena internacional