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El desempeño positivo de la economía hay que cuidarlo, porque todavía es frágil. Esta recuperación no es homogénea ni está asegurada.
En medio de la zozobra que se vivió en el país luego del hundimiento de la consulta popular del gobierno de Gustavo Petro, pasaron de bajo perfil los resultados de la economía colombiana en el primer trimestre del año. Y los datos son ciertamente alentadores.
De acuerdo con el Dane, la economía creció 2,7%, con lo cual se recupera de las vacas flacas del mismo periodo del año pasado cuando solo crecimos un 0,3%, y vuelve a cifras similares a las del primer trimestre de 2023. Si bien todavía estamos distantes del 3,5% a 5% de crecimiento, que es la meta necesaria para mejorar los indicadores de pobreza, este primer corte de 2025 es un punto de partida positivo y vale la pena destacarlo.
Varios factores influyeron en este desempeño. Entre ellos el comercio –la gente ha decidido gastar más–, el agro –el café sigue rompiéndola, creció más de 31%, gracias a los extraordinarios precios internacionales– y el entretenimiento –entre otras, porque Colombia se ha convertido en parada obligada de artistas globales.
En un momento como este, en que Colombia empieza a mostrar señales de una incipiente recuperación económica, resulta desconcertante que el propio Gobierno Nacional promueva, así sea de forma indirecta, la paralización de actividades productivas.
La declaración del presidente Gustavo Petro en la que reivindica el derecho a la huelga —“desde la huelga por unas horas hasta la indefinida”— es una declaración contra el sector productivo. Si bien el derecho a la huelga es legítimo y está protegido por la Constitución, no lo es que sea promovido desde la Casa de Nariño como instrumento de presión política, especialmente cuando se invoca para enfrentar al Congreso y demonizar al sector productivo en su conjunto.
Aún más, en ese mensaje de su cuenta de X, el Presidente dice que “el pueblo trabajador tiene derecho de exigirles a sus patrones que dejen de financiar congresistas para votar contra sus propios empleados”. Sería comprensible la indignación del Presidente si fuera cierto. Una cosa es denunciar con pruebas ante las instancias judiciales, y otra muy distinta es recurrir al señalamiento parapetado en la investidura presidencial.
Pero volviendo al positivo desempeño de la economía hay que decir que es menester cuidarlo porque todavía es frágil. Esta recuperación no es homogénea ni está asegurada. La industria manufacturera cayó 2,1%, la minería se redujo en 5,2% y la construcción cayó 3,5%. Y han aparecido sombras en el panorama económico debido a las inciertas relaciones comerciales con Estados Unidos, no solo por la guerra de aranceles de Trump sino porque no fue bien recibido en ese país el acercamiento de Colombia a China.
También es importante tener en cuenta la inflación que sigue estancada en el 5% anual lo cual limita el margen del Banco de la República para reducir significativamente las tasas de interés, lo que a su vez encarece el crédito y desalienta la inversión. En los últimos doce meses, hasta abril, la inflación fue de 5,16%. La mayoría de los sectores están por encima: restaurantes y hoteles con 7,7%, educación con 7,38%, servicios públicos con 6,09%, salud con 5,31% y transporte con 5,29%.
Justo en una coyuntura como esta, cuando se necesita consolidar esa curva de crecimiento y todavía tenemos indicadores críticos, inquieta que sea el presidente de la República quien alienta un clima de confrontación laboral que puede socavar estos frágiles avances económicos. ¿Quién estaría interesado en invertir en un país donde su Jefe de Estado invita al paro?
A punta de promover huelgas y estallidos sociales, Colombia no logrará crecer como se necesita para mejorar las condiciones de vida de los más pobres. Los verdaderos cambios estructurales —esos que dignifican al trabajador y mejoran su ingreso— no se logran con llamados a la parálisis.
Que desde el Ejecutivo se promuevan jornadas de parálisis productiva no solo es un error táctico; es una peligrosa contradicción estratégica. Un gobierno que alienta el freno de la actividad económica se convierte en su principal obstáculo, justo cuando se requiere liderazgo para consolidar la reactivación.
Una economía no crece con arengas ni se desarrolla con paros. Crece cuando hay condiciones para producir, invertir y trabajar. A esa meta debería apuntar el Gobierno, no a sembrar más caos e incertidumbre.