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El Premio Nobel de Paz no suele galardonar a periodistas. La última vez lo hizo en 1935, con un reportero alemán en tiempos de Hitler. Y volvió a hacerlo el viernes pasado: tal vez porque nunca antes el jurado había sentido la urgente necesidad de mandar un mensaje al mundo sobre el papel que juega el periodismo en tiempos como los de ahora, cuando la democracia está bajo amenaza.
Los galardonados —Maria Ressa y Dmitri Muratov— se ganaron el premio a pulso porque se han convertido en piedras en el zapato de gobernantes muy cuestionados, como Rodrigo Duterte de Filipinas y Vladimir Putin de Rusia. El Comité Noruego explicó que “el periodismo libre, independiente y basado en hechos sirve para proteger contra el abuso de poder, la mentira y la propaganda”, y que los premiados “representan a todos los periodistas que defienden esos ideales en un mundo en el que la democracia y la libertad de prensa se enfrentan a condiciones cada vez más adversas”.
Es, sin duda, una curiosa coincidencia que este anuncio del Nobel se dé justo en la misma semana en la que tuvo lugar una ardua polémica en Colombia, debida a que el director del servicio informativo de TeleMedellín fue despedido de su cargo, precisamente, por defender la libertad de expresión. El nuevo gerente de TeleMedellín le dejó claro al periodista que el noticiero era “para defender al alcalde Daniel Quintero” y, como pasaron los días y “no hizo caso”, lo sacaron.
No deja de ser inquietante el hecho de que a la alcaldía le incomode tanto —como explicó el director despedido— que en TeleMedellín publiquen sobre los robos que azotan la ciudad o que le dieran voz a una silletera que protestó por el maltrato que recibió en un acto tradicional de la alcaldía. O, incluso, que la gota que rebosó el vaso y motivó su despido haya sido un trino que puso en su cuenta de Twitter: “El que ataca la prensa ataca la democracia”. Mensaje que hacía referencia implícita a los ataques de parte de la alcaldía y secretarios del despacho contra medios de comunicación que, como EL COLOMBIANO, han publicado investigaciones que, al parecer, mortifican al mandatario local. El más reciente caso tiene que ver con la creación de decenas de páginas en internet, algunas sin terminar, otras con muy pocos visitantes, a las cuales, por instrucciones del secretario de Comunicaciones de la alcaldía, se les trasfirieron recursos por dos mil millones de pesos al año. No sobra recordar que los dineros pagados por los ciudadanos vía impuestos no son para feriarlos ni mucho menos para endiosar la imagen de un gobernante.
Justo ahora, como dice el Comité del Nobel, se necesita más periodismo. Tanto en Rusia y en Filipinas como en Medellín. El periodismo que siempre ha cumplido un papel central en el sistema de pesos y contrapesos de la democracia es más crucial ahora por la manera como se está trasformado el ejercicio del poder. A diferencia de antes, surgen gobernantes expertos en narrativas —gracias a las cuales solo importa tener un relato personal vendedor que cautive al pueblo—, más que en el arte del buen gobierno.
La demagogia siempre ha sido enemiga de la democracia. Los gobernantes propensos a sufrir el envenenamiento del poder siempre han recurrido al empleo de halagos o de falsas promesas para convertir al pueblo en instrumento de su ambición política. El antídoto contra esa demagogia han sido, en buena parte, los medios de comunicación que sirven para separar la realidad de la propaganda.
Ahora, con las redes sociales, con los mensajes dirigidos, como ocurrió con el escándalo de Cambridge Analytica en las elecciones de Estados Unidos que ganó Donald Trump, cada mandatario tiene pequeñas máquinas de propaganda porque puede llevar sus narrativas a la gente sin intermediarios.
Pero el periodismo también ha tenido sus victorias. Como el caso del New York Times, que se repotenció porque la sociedad lo supo defender y entendió su valor durante el gobierno Trump. O como ahora, con los nuevos Nobel de Paz.
La periodista recién galardonada María Ressa se ha visto sometida a ciberacoso y está ad portas de tener que pagar una condena de seis años de cárcel. En el momento en el que el jurado le dio la oportunidad de hablar, ella, en vez de utilizar su tiempo para defenderse, prefirió dirigirse al pueblo filipino y les dijo: “La libertad de prensa es la base de todos y cada uno de los derechos que tenemos como ciudadanos. Si no podemos pedirle cuentas al poder, no podemos hacer nada”.
Por eso, en estos tiempos, cuando el periodismo está bajo tantos ataques, es cuando más buen periodismo se necesita