viernes
3 y 2
3 y 2
Han pasado ya diez días desde las primeras revelaciones sobre los actos de corrupción de Nicolás Petro y todavía el país está pendiente de cuál será el desarrollo y el desenlace de esta historia.
Es sin duda una situación compleja. Si bien el presidente Gustavo Petro ha dado muestras de haber estado al margen de la actuación irregular de su hijo, lo ocurrido termina salpicando su presidencia.
Más allá de las implicaciones de índole penal para Nicolás Petro –de las cuales la Fiscalía tendrá que dar razón más temprano que tarde– lo ocurrido le da un duro golpe a lo que Gustavo Petro ha llamado “el cambio”. A los jóvenes que votaron convencidos de que la promesa de cambio esta vez sí se haría realidad, el escándalo les ha caído como un balde de agua fría. Más allá de si Petro sabía o no –de si fue a sus espaldas o no–, el hecho de que se trate de su hijo, de que a nombre de la campaña de su papá recibiera dinero de personajes metidos o salpicados en asuntos criminales, es la peor situación a la que se puede ver enfrentado el presidente a esta altura de su mandato.
La revelación de la revista Semana es contundente: la ex del hijo del presidente da la cara y muestra chats y otras pruebas según las cuales Nicolás Petro manejaba gigantescas sumas de dinero en efectivo (al punto de referirse a ellas por su peso) y se estaba dando una vida tan sospechosa que su mamá le preguntó si la casa donde vivía era “de un traqueto”.
Muy rápidamente las revelaciones dejan en evidencia que estamos ante mucho más que un hijo díscolo: las pruebas tocan a altos funcionarios del gobierno de su padre. Todavía, por ejemplo, no hay una explicación satisfactoria de parte del ministro Alfonso Prada sobre los “diez cupos” que habría entregado a Nicolás Petro. Cupos significa puestos, un caso típico del clientelismo que ha sumido a la política colombiana en la podredumbre. Los chats muestran que Nicolás era capaz de mover parlamentarios y ministros a que atendieran sus gestiones, hablaba de negocios con Monómeros, y cosas de ese estilo.
Es evidente que tenía poder dentro del gobierno, y no está claro en virtud de qué, por decisión de quién y a cuenta de qué lo tenía. Aun cuando creemos en la buena fe del presidente, pensamos que es importante que él explique si esta importancia que tenía su hijo obedece a instrucciones suyas.
Por lo pronto, y mientras el país espera las explicaciones, lo que sí se ha visto es que se ha desplegado una suerte de estrategia de control de daños. A lo largo de esta semana la Casa de Nariño ha sido protagonista de noticias explosivas que han puesto en un segundo plano el Petrogate.
Primero le tocó el turno a la campeona olímpica María Isabel Urrutía. A pesar de que habían ya anunciado su salida del Ministerio del Deporte una semana atrás, este martes comenzaron a sacarle los trapitos al sol y pusieron en evidencia lo que sería la firma de 206 contratos en tiempo récord. Aún no es claro si Urrutía incurrió en irregularidades y por eso la Fiscalía investiga. Cualquiera que conozca el Estado sabe que al principio del año se firman cientos de contratos de prestación de servicios para que las entidades funcionen. Y en este caso, dice Urrutía, lo hizo también para que las Federaciones de los distintos deportes funcionen. De hecho, la demora en los pagos a los deportistas del ciclo olímpico que el Estado patrocina les ha provocado cierto estrés en su preparación y están teniendo que pagar de su propio bolsillo no solo entrenamientos sino viajes. ¿Urrutia, corrupta o chivo expiatorio?
La otra noticia de gran impacto que produjo la Casa de Nariño fue propiciar la llegada a Colombia de la ex senadora prófuga Aida Merlano. Su arribo se produjo en medio de un show impresentable, con rueda de prensa de por medio y un recibimiento digno de estrella de la farándula y no a la altura de la mujer corrupta que se ha probado es. Su llegada se dio gracias a una solicitud directa al presidente Nicolás Maduro, tal y como lo reveló el canciller Álvaro Leyva.
Y la tercera noticia que sacudió al país esta semana (además del temblor que despertó a buena parte del país a las 4 de la mañana del viernes) fue el episodio violento que se produjo con el director de la Unidad Nacional de Protección, Augusto Rodríguez. Se dio un intercambio de disparos afuera de su casa entre sus escoltas y unos presuntos delincuentes, y resultó muerto uno de estos últimos. Inicialmente se dijo que era un atentado. Después se supo que Rodríguez ya había entrado a su casa y que podría tratarse de un intento de robo de su carro. No se puede concluir hoy de si se trató de una cosa o la otra.
Lo cierto es que, sea por coincidencia o sea con toda la intención, la agenda mediática ha estado tan ocupada con noticias de alto impacto, relacionadas de alguna manera con la Presidencia, que el escándalo de Nicolás Petro al cierre de la semana había perdido volumen. .