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Este es el año para enfrentarse a la pandemia de otra manera. Desde Australia hasta Singapur, pasando por Europa y América, todos los países más reacios a convivir con el virus han comenzado a reconfigurar su estrategia partiendo de la base de que los contagios se van a dar de todas maneras y de que hay que confiar en las altas tasas de vacunación. Porque no es lo mismo luchar contra la delta que contra la ómicron. Aunque, como siempre, la excepción confirma la regla, China continúa con su voluntad de cerrar ciudades gigantescas, con más de 20 millones de habitantes, para controlar lo incontrolable, pues un virus que tiene una capacidad de contagio 70 veces superior a lo conocido hasta ahora no puede seguir manejándose de la misma forma.
La tendencia general en este momento es convivir y no encerrar. Para ello se han redefinido varias categorías, como contacto estrecho, tiempo de aislamiento y requisitos para hacerse una PCR.
Esto no significa que se le esté quitando importancia al virus; al contrario, se asume que aún estamos transitando la pandemia, que todavía no se puede decir que sea endémico, mucho menos con el 85 por ciento de África sin vacunar, y que mientras un virus mata gente, nunca será bienvenido. Dicho así como para que aquellos que creen que dejarse contagiar puede ser una buena idea para “salir de eso” se lo piensen dos veces antes de bajar la guardia.
La situación de Colombia es elocuente. Se han disparado los casos en el cuarto pico: estamos en 35.000, el más alto de toda la pandemia; la mayoría es por ómicron, la variante dominante en 95 % de los casos, y sí se ha reducido la letalidad del virus: en junio del año pasado, con un número similar de contagios reportados a los de ahora, se registraban 600 muertes diarias; hoy estamos en promedio de 100 fallecidos. Es decir, se han reducido las muertes en una sexta parte, pero todavía sigue siendo un número muy significativo y doloroso. Así que el peligro sigue estando latente.
La capacidad de improvisación es una herramienta de la que han tenido que echar mano todas las empresas y colegios para crear sus estrategias combinadas de regreso a lo presencial y al teletrabajo o al estudio a distancia. En Estados Unidos, un 44 % de las compañías han alterado sus planes ante el avance de la sexta ola. Se han tenido que retocar las estrategias, fomentando de nuevo el teletrabajo, instaurando jornadas continuas (para evitar los comedores), rebajando sus ratios de presencialidad, dejando más margen a la voluntariedad o retrasando la fecha de vuelta.
La cultura del presencialismo tendrá que convertirse en un híbrido que mezcle lo mejor de los dos mundos. El repetido mantra de que “el teletrabajo llegó para quedarse” puede ser posible si se combina de manera organizada para que tanto empleadores como empleados sepan a qué atenerse. Porque ya no es viable para ningún país volver al encierro.
Entonces, ¿cómo organizar el regreso a las oficinas y a los colegios? Como decía recientemente una columna en el New York Times, hay que volver permanentes esas medidas que creíamos temporales. Ventilar las áreas de estudio o trabajo, no desprenderse del tapabocas y guardar la distancia entre los puestos contribuyen a la prevención y permiten un retorno eficaz.
Debemos ser más inteligentes que el virus, vacunar más, tener las dosis de refuerzo y aislarnos ante el menor síntoma —sin esperar ninguna prueba—.
Hay que cambiar paradigmas. Dedicar menos tiempo a contar casos día por día —que ya no significan tanto y en realidad solo pueden interesar para el estudio científico— y poner el foco en los servicios de urgencias y en las UCI. Proteger a las personas de mayor riesgo, porque al hacerlo se está protegiendo el sistema de salud.
Entre otras cosas, porque pese al rechazo instintivo a la incertidumbre, que trae consigo el ir adaptándose a las circunstancias según se presenta el virus con sus variantes, hay que evitar el desgaste emocional. En El hombre en busca de sentido, su autor, Viktor Frankl, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, defendía que se puede vivir en cualquier cómo mientras se tenga un por qué