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La famosa frase de Winston Churchill -“La democracia es el peor de los sistemas de gobierno excepto todos los demás”- hay que volverla a recordar en días como hoy, cuando los colombianos y colombianas, se vuelcan a las urnas, como cada cuatro años, para elegir a quienes van a integrar el Senado y la Cámara de Representantes
La expresión de “como cada cuatro años” no es menor. Los seres humanos tendemos a creer que los privilegios de los que hoy gozamos los tenemos garantizados para toda la vida. Por ejemplo, estamos convencidos de que con girar el grifo de la llave siempre nos saldrá agua potable. O no se nos ocurre pensar que algún día nos puede faltar la energía con la que funciona el teléfono celular. Todo eso lo damos por descontado.
Lo mismo ocurre con la democracia. Cuando vivimos en una sociedad democrática en donde rige el principio de la libertad, se opera en un sistema de economía de mercado, y se gobierna con el principio de la separación y el equilibrio de poderes, no se nos ocurre pensar que algún día podamos perderla.
Por eso es fundamental que cada persona -usted querido lector por ejemplo- contribuya para que cada día nuestra democracia sea más activa y poderosa. En ese orden de ideas no deja de preocupar el fenómeno que se ha dado previo a la jornada electoral de hoy: las consultas interpartidistas para elegir candidatos a la Presidencia, que sin duda resultan más atractivas y a veces más fáciles de entender para el público en general, han opacado la campaña de los futuros congresistas.
El país tuvo menos oportunidades de conocer más a fondo quiénes son los que aspiran al Congreso. Apenas en los últimos días han comenzado a revelarse los malos pasos que han dado algunos candidatos y por los cuales no debería nadie votar. Así como habrá otros buenos o muy buenos que con tal avalancha de información pueden haber pasado de agache.
En casos como el del Pacto Histórico, por ejemplo, que aspira a ser la lista más votada, hay por los menos cuatro candidatos al Senado con líos complicados con la justicia y como el tema ha pasado de bajo perfil siguen ahí protegidos por el teflón de Gustavo Petro y tal vez sean elegidos. El Partido Liberal también tiene en sus listas a un implicado en una red de corrupción, que fue llamado esta semana a indagatoria por la Corte Suprema, y también sigue firme en la lista liberal. Y en el Centro Democrático se destapó esta semana un escándalo alrededor de un candidato, aunque en ese caso el partido dio ejemplo y sí hizo a un lado al aspirante cuestionado. Eso por mencionar solo los casos que saltaron a la palestra pública en las últimas dos semanas.
En Colombia, al igual que en todo el hemisferio occidental (con excepción de Canadá), tenemos una cultura fuertemente presidencialista, y esto hace que, en las temporadas preelectorales, el acento y la atención ciudadana estén sobre todo puestos en la pregunta de
quién ocupará la Presidencia. Y pasamos por alto el hecho de que es poco lo que esa persona solitaria puede hacer sin el concurso del Congreso de la República cuyos integrantes elegiremos hoy.
¿Es realmente tan importante la elección del Congreso? El Congreso en teoría cumple dos funciones claves. La primera es representar los distintos intereses que se expresan en la sociedad: y por eso cada cual elige al que mejor interprete sus necesidades. De tal suerte que son los congresistas los llamados a tomar las decisiones de las reformas del país. Cualquier cambio estructural que los candidatos piensen hacer a la institucionalidad colombiana (y son varias las propuestas), de una u otra manera tiene que pasar por un acto del Congreso. Ahora que tanto se prometen cosas como, por ejemplo, reformar el sistema de salud, ese cambio requería no solo una ley sino una ley estatutaria, cuya aprobación exige la aprobación por mayoría absoluta.
En segundo lugar, el Congreso debe garantizar el equilibrio de poderes. Aunque puede sonar obvio hay que repetirlo: tener tres ramas del poder público, independientes unas de otras, es crucial para lograr un indispensable equilibrio de poderes y de contrapoderes, y se convierte en el mayor antídoto contra los autoritarismos.
Más allá de la filosofía política, llegó la hora y es un deber de cada ciudadano votar. Como lo ha venido diciendo EL COLOMBIANO con la publicación de listas de candidatos que podrían aportarle al Congreso: sí hay por quien votar. La democracia en estos tiempos es más exigente que antes, obliga a leer, a preguntar, a tratar de informarse mejor para tomar buenas decisiones. En otras palabras, para votar bien hay que hacer la tarea.
Es ese Congreso el que puede o no hacer realidad las ideas que los candidatos a la Presidencia ofrecen de manera tan silvestre. Piense entonces bien su voto, pues de ese voto depende el rumbo del país tanto como del voto presidencial.