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Empieza a verse una luz de esperanza para los niños y jóvenes menores de edad, de distintos lugares del mundo, que han creado una relación nociva de dependencia con videojuegos, redes sociales y celulares. Poco a poco los países comienzan a legislar para ayudar a prevenir esta nueva enfermedad que se extiende sin misericordia: la tecnoadicción.
Está claro que las tecnologías llegaron para quedarse y tienen muchos beneficios si logramos relacionarnos con ellas de manera equilibrada. Pueden ayudar a facilitar la comunicación y la creatividad, pero si no se ponen límites pueden también generar comportamientos obsesivos en la vida de los adolescentes y sus familias y en casos extremos, que lamentablemente hay cada vez más, conducir al suicidio.
Es tan cierta esta realidad, que el año pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó la adicción a los videojuegos en su apartado de desórdenes mentales. Y diversos estudios muestran que se está convirtiendo en un problema de salud pública.
Los efectos dañinos que el uso descuidado de los dispositivos electrónicos puede tener sobre la concentración, la memoria y el espíritu crítico de los niños son innegables. Y peor aún es lo expuestos que quedan a situaciones que implican comportamientos agresivos, hábitos no saludables, y amenazas, extorsión y acoso, además del intercambio de mensajes de contenido inapropiado.
Por eso se dice que el consumo de redes es un asunto de riesgo: no todo el que las pruebe se va a convertir en un adicto, ni más faltaba, pero si no hay un respaldo educativo detrás, si no hay unos límites impuestos por los adultos, es muy fácil que se conviertan en un falso mundo feliz para los menores. Que un niño acceda sin control a las redes es como darle un carro de Fórmula 1 para que lo maneje.
No sería extraño que la epidemia de salud mental que están padeciendo los adolescentes tenga que ver con el algoritmo de las redes y en particular el de Tik Tok. Si una niña de 13 años, se detiene unos segundos en un video de otra joven deprimida, Tik Tok entiende que esa temática le gusta y comienza a mostrarle más videos con ese tipo de contenido: la tristeza entonces multiplicada por videos y videos de otros que como ella la están sintiendo mete a cualquiera en una espiral de depresión difícil de salir.
Pese al consenso que existe para que los más pequeños no accedan a todas estas tecnologías, cada vez les llega todo más temprano. El 80% de niños y jóvenes entre 9 y 16 años usan diariamente el teléfono inteligente y son bombardeados con contenido agresivo y de odio, imágenes violentas, mensajes que promueven los desórdenes alimentarios, y contenido sexual en línea. Según una encuesta hecha en los 19 países de la Unión Europea por Eu Kids Online, el 33% de la población entre 9 y 16 años de edad había visto imágenes sexuales y el 23% había experimentado acoso o agresiones en línea o fuera del mundo digital durante el año anterior.
¿Qué podemos hacer como sociedad? Mucho. La clave, lo básico, empieza en la casa con el control parental, en el que haya unas reglas claras para acceder y usar las tecnologías. Luego viene el papel de los colegios, que deben educar en la gestión de emociones y en el uso de redes, celulares o videojuegos, planteando que no son la única posibilidad de ocio y ofreciendo alternativas de entretención en sus programas.
Por último, y con papel protagónico, están las administraciones públicas que deben desplegar políticas sociales destinadas a este fin. Hay que legislar, pero no lo que hacen las familias, sino lo que hacen las empresas de tecnología. Por ejemplo se sabe que el scroll infinito es adictivo, que se puede insultar en las redes sociales sin límites, o que aunque existe un supuesto control en la edad de acceso a Instagram o Meta eso se incumple. Pues manos a la obra.
Ejemplos hay varios. El estado de California en Estados Unidos les permite a los padres y acudientes demandar a las plataformas que ellos crean que están volviendo adictos a sus hijos mediante publicidad, notificaciones en el celular o el diseño de características que promuevan el uso compulsivo, especialmente aquellas que tienen que ver con material peligroso sobre temas como desórdenes alimenticios o suicidio.
En Francia e Italia se prohibe de forma tajante el uso de celulares en el aula. Todos los centros educativos deben controlar y e impedir el uso de una de las herramientas que más usan los estudiantes, casi de cualquier edad. Bajo el lema ‘Paren los celulares en clase’ pretenden proteger el aprendizaje de los niños y estimular el respeto a los maestros. El objetivo es que se vuelva a poner en el centro el aprendizaje y el compromiso de una escuela seria en un pacto de corresponsabilidad educativa.
Y otro país que decidió tomar las riendas del asunto ha sido China que ha designado a las tecnologías como el opio espiritual y la droga electrónica de los niños. Por eso, con la rigidez que caracteriza a esta nación, los menores de edad solo pueden jugar tres horas a la semana, y las compañías de videojuegos en línea que den ese tipo de servicios están obligados a impedir cualquier acceso a los usuarios que no se hayan registrado verificando su identidad real.
La solución no está en prohibir ni quedarse al margen de los avances que tiene nuestro tiempo, pero las autoridades deben cumplir con su papel de garantes de la protección de la salud de los menores. Hay consenso en que se deben limitar las tecnologías, incluso las pedagógicas, entre los niños más pequeños. El esfuerzo debe ser de toda la sociedad: ni los padres deben claudicar, ni las instituciones pueden hacerse a un lado. Porque los límites claros permitirán tener adultos sanos. .