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Colombia lleva años hablando de la necesidad de utilizar la fractura hidráulica, más conocido como fracking, para extraer petróleo y gas. Pero solo hasta ahora se ve una primera luz para que se ponga a prueba, gracias a que la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla) le dio el aval a Ecopetrol para su primer proyecto piloto en Colombia.
La licencia ambiental (722 páginas) es un primer paso en la larga cadena de obstáculos que ha debido sortear esta técnica, que tiene defensores y detractores en todo el mundo y que, seguro, calentará el debate para la presidencia.
El piloto que la Anla autorizó se llama Kalé y se hará en Puerto Wilches (Santander), en el predio La Belleza, en 4,6 hectáreas en una zona de cultivo de palma de aceite, e implica perforación vertical hasta 3.900 metros y otros 1.200 en sentido horizontal. Se perforarán tres pozos (de investigación, captador e inyector) en veinte etapas de fractura que demandarán un consumo de hasta 48 millones de litros de agua, que podría ser extraída de fuentes subterráneas o del río Magdalena.
Después de este paso, los resultados de la prueba piloto pasarán a un Comité de Evaluación conformado por los ministerios de Hacienda, Ambiente, Minas y Energía y Salud y por expertos en temas ambientales, de hidrocarburos y de la sociedad civil. Dicho comité hará un seguimiento y determinará si es viable o no avanzar a la fase comercial, que comprende la exploración y explotación de hidrocarburos mediante esta técnica. Es decir, todavía hay que esperar un tiempo para saber si en el país se puede o no hacer fracking.
No es un dilema fácil. El mundo está tan dividido que, mientras Estados Unidos pasó a ser uno de los principales exportadores de hidrocarburos del mundo gracias al uso intensivo del fracking, del otro lado del océano varios países de Europa lo han prohibido, entre ellos Alemania, Francia, Suiza, Italia e Inglaterra.
Los detractores dicen que las comunidades de las zonas de influencia se verían afectadas porque se podrían contaminar las fuentes de agua. Y los defensores consideran que el mundo lleva muchos años de puesta en marcha del fracking y que se han disminuido considerablemente los riesgos. La técnica consiste en extraer los hidrocarburos que se encuentran atrapados en rocas a grandes profundidades, para lo cual se inyectan agua, químicos y arena a presiones muy altas.
Pero en la ecuación hay otra poderosa variable que no se puede descartar a la hora de tomar decisiones y es la de la seguridad energética. Mucho más hoy, cuando la alta dependencia de los países europeos del gas ruso ha llevado a pensar que si no se hubieran opuesto al fracking no estarían sometidos a las amenazas de Putin.
En el caso de Colombia, los yacimientos no convencionales en los que se aplicaría el fracking pueden duplicar o triplicar las reservas probadas de petróleo y quintuplicar las de gas, que están, en promedio, en ocho años. Ese dato de los ocho años es clave, porque significa que si Colombia se opone al fracking y no encuentra nuevas fuentes de hidrocarburos en este corto tiempo, podría pasar de ser autosuficiente a convertirse en importador, con las dramáticas consecuencias para las cuentas del país y las regiones productoras, sin contar los efectos sobre la dependencia geopolítica que ello implica.
Por eso el país, antes de sumergirse en debates apasionados, debe darse la oportunidad de desarrollar estos proyectos Piloto de Investigación Integral (Kalé, el de la licencia aprobada por la Anla, y Platero, que se encuentra en proceso de licenciamiento).
No tiene sentido discutir sin tener los resultados de una investigación científica responsable, alejada de posiciones subjetivas, para que, con base en hechos y datos, el país pueda tomar una decisión informada sobre la aplicación en el futuro de esta técnica.
Más aún cuando Ecopetrol ha informado que el proyecto piloto que emprendió en 2019 en la cuenca del Permian en Estados Unidos ha probado que el fracking se puede hacer de manera sostenible. Tan solo dos años después de iniciada la operación, la producción logró un récord al extraer 50 mil barriles por día y sigue creciendo en 2022. La producción actual de ese proyecto, localizado en Estados Unidos, lo ubicaría ya como uno de los cinco campos con mayor producción en Colombia.
Y, desde el punto de vista ambiental, informa que construyó una planta de última generación en 2021 con una capacidad para el tratamiento de 65 mil barriles de agua por día, que ha permitido utilizar más de 7,7 millones de barriles de agua reciclada.
Los proyectos piloto de Puerto Wilches podrían arrojar luces antes de dar cualquier veredicto. Colombia no puede repetir la historia que hoy vive Europa, que depende de los hidrocarburos producidos de Rusia, especialmente el gas, y sus ciudadanos pagan cinco o seis veces más por ese energético, vital para la transición energética. Ya se levantan voces en ese continente que piden reversar las restricciones que impusieron al fracking algunos países, como el Reino Unido, impulsados por campañas motivadas desde la misma Rusia, según han denunciado expertos y organizaciones internacionales