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Tal parece que la pandemia se ha convertido en catalizadora de movimientos que comenzaron años atrás. Muchas empresas, en todo el mundo, reflexionan sobre la posibilidad de volver perenne el teletrabajo, que ya existía discretamente; colegios y universidades están desarrollando cursos en línea, y estas últimas quieren, eventualmente, ofrecer maestrías y especializaciones completas en esa modalidad de aprendizaje; la telemedicina, con las medidas de distanciamiento social, fue una solución a la mano para muchos pacientes en problemas y su uso se disparó.
Las tecnologías digitales permitieron durante lo más duro de los confinamientos la conexión de personas, empresas, mercados e instituciones, y por ese atributo son las grandes ganadoras de la crisis provocada por la pandemia. En este período, las acciones de las empresas líderes se dispararon (Google, Amazon, entre otras) y se dio un movimiento innovador, un salto adelante, de producción de aplicaciones para enfrentar con éxito las cuarentenas.
Así se reconoce en el reciente informe Perspectivas Económicas de América Latina 2020 elaborado conjuntamente por una larga lista de entidades (Cepal; CAF‑Banco de Desarrollo de América Latina; Unión Europea y el Centro de Desarrollo de la OCDE). Para estas, la transformación digital en curso está impactando las trayectorias de desarrollo en todo el mundo y los países de América Latina no se pueden quedar atrás.
La transformación digital es, sin duda, una oportunidad para superar las trampas del desarrollo. El problema es que la pandemia, así como mostró las posibilidades que tiene la transformación, también desnudó las consecuencias negativas y el costo de la brecha digital. Como se ha mostrado, por ejemplo, en la imposibilidad de que todos los niños y jóvenes en edad escolar tengan acceso a la educación en línea.
Como muestran los números del informe, Colombia ha venido haciendo grandes esfuerzos en la última década. El país ha mejorado en el acceso digital y la utilización de esas herramientas por muchos colombianos. Los usuarios activos de internet aumentaron, así como los teléfonos móviles con acceso a la banda ancha y también las suscripciones a esta.
Eso permitió que en el índice de desarrollo e- government, el país pasara de 0,53 en 2008, a 0,69, diez años después. Un resultado mejor que el de la región, pero por debajo de los países de la OCDE. También disminuyó exitosamente el número promedio de estudiantes por computador de 1,6 en 2015, a 1,1 en 2018. Sin embargo, no nos va bien en otros términos de la métrica de las innovaciones digitales. Las exportaciones digitales del país como parte de las manufactureras apenas representan 7,3 %, cifra que está por debajo de la observada en promedio para América Latina (8,6 %) y la OCDE (15,1 %).
Así las cosas, Colombia tiene mucho recorrido ganado en el camino que propone el informe, pero debe avanzar aún más. Generalizar las tecnologías digitales contribuirá a impulsar la productividad, promover la inclusión social, descarbonizar la economía, elevar la eficiencia logística y energética y fortalecer las instituciones públicas.
Existen, de otro lado, grandes riesgos. El más notorio es el impacto sobre la sociedad. Los hogares de las personas ya no serán espacios privados con el trabajo en casa. Así mismo, se van a emplear menos educadores, médicos y conductores, entre otras profesiones afectadas. Las grandes empresas digitales continúan su expansión, algunas veces disruptiva y resistente a tributar. Un mundo diferente que requiere unas políticas públicas apropiadas para que las nuevas tecnologías favorezcan realmente al ciudadano.