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La pandemia agravó la situación del hambre en el mundo, de acuerdo con un estudio (El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2021) elaborado por cinco entidades encabezadas por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La gran novedad es que el documento incorpora información para 2020, el año en el cual se impusieron en casi todo el mundo las medidas restrictivas para enfrentar la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID‑19).
Los resultados son preocupantes. Antes de la pandemia, ya había dificultades para cumplir el compromiso que se tenía de poner fin al hambre y la malnutrición mundiales en todas sus formas para 2030. Con ella, se ha complicado considerablemente ese propósito, que se ve cada vez más lejano, como consecuencia del efecto de las restricciones de movilidad y las cuarentenas sobre los ingresos de las familias y, por ende, sobre la posibilidad de adquirir alimentos, aumentando con ello el hambre y la desnutrición crónica.
Una de las secuelas de la pandemia es que se han perdido los avances en esos frentes. Después de cinco años sin apenas variaciones, la prevalencia de la subalimentación sumó 1,5 puntos porcentuales en 2020 hasta situarse en cerca del 9,9 %, lo que dificulta el reto de cumplir la meta del hambre cero para 2030. Así mismo, el estudio estima que a finales del año pasado entre 720 y 811 millones de personas se levantaban sin saber si iban a comer algo en ese nuevo día. De esa forma, padecieron hambre otros 118 millones, de acuerdo con el cálculo a partir del medio del rango de proyección. Se trata en el total de casi el 10 por ciento de la población mundial.
La gran mayoría de las nuevas personas que están padeciendo hambre o malnutrición se encuentra en los países de ingresos medios y bajos, cuyas economías sufrieron por la pandemia. Cuando además en estos se registraron desastres relacionados con el clima, conflictos o una combinación de los dos, el resultado es devastador sobre la alimentación de la población. El mayor aumento de la prevalencia de subalimentación correspondió a África, seguida de Asia.
La malnutrición es otra de las consecuencias de la caída de los ingresos de los hogares y del deterioro de la alimentación, que además trae efectos de largo plazo sobre el desarrollo de los niños y jóvenes. Aunque todavía no es posible determinar por completo la repercusión de la pandemia de la Covid-19, en 2020 se estima que en el mundo 22 % (149,2 millones) de niños menores de cinco años sufrió retraso del crecimiento, el 6,7 % (45,4 millones) sufrió adelgazamiento y el 5,7 % (38,9 millones) tuvo sobrepeso. Se prevé que las cifras reales sean más altas a causa de los efectos de la pandemia.
El perfil de las nuevas víctimas del hambre también ha cambiado, de acuerdo con las conclusiones más inquietantes del estudio. En América Latina y el Caribe, la inseguridad alimentaria antes estaba vinculada a la pobreza, ahora la clase media, una de los grupos sociales más afectados, también se ha sumado a las estadísticas del hambre.
Ante ese panorama tan complicado, para los expertos lo fundamental para enfrentar los problemas de hambre y malnutrición es cambiar los sistemas alimentarios. Hay que transformarlos para que proporcionen alimentos nutritivos y asequibles pata todos, y para que se vuelvan más resilientes, inclusivos, y sostenibles para que puedan aportar en el progreso