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“Houston... aquí Base Tranquilidad, el Águila ha alunizado”, fue la mítica frase pronunciada hace 50 años por el astronauta Neil A. Armstrong para reportar a la humanidad que habían alcanzado la extensa soledad de Luna. En Houston eran las 15:17:39 del 20 de julio de 1969 (las 20:17:39 UTC).
Desde la Tierra 600 millones de personas, casi en vilo, seguían la maniobra por televisión. La tensión mundial había comenzado cuatro días antes, 16 de julio, 10:32 de la mañana, hora de Houston, cuando despegó el Apolo 11, rumbo al satélite, desde Cabo Cañaveral. Llevaba tres tripulantes a bordo, Armstrong, primer hombre en pisar la superficie lunar; Edwin E. Aldrin Jr., segundo en hacerlo, piloto del módulo LEM (nombrado Eagle), que se posó sobre el satélite, y Michael Collins, piloto del módulo de mando.
Era una travesía temeraria, sin precedente alguno en la historia humana, el hombre viajando a otros mundos, desafiando y explorando lo desconocido.
No había margen para el error. Los astronautas abordaron conscientes de que sus probabilidades de conquistar la meta con éxito y regresar vivos a la tierra difícilmente alcanzaban el 50 %. La Nasa, temiendo una posible tragedia, ubicó a 5,6 km de la plataforma de despegue, en Cabo Cañaveral, al millón de espectadores VIP que asistieron al acto. El fuego de una explosión de la nave alcanzarían un radio de 4,8 km.
Se ponía en órbita al cohete Saturno V, vehículo de lanzamiento del Apolo 11, con un peso de 2.910 toneladas, incluido el combustible y una altura de 110,6 metros. Es decir, un edificio de 36 pisos que alcanzaría una velocidad de 45.000 km/h.
La maniobra resultó perfecta. Fue la más clara demostración mundial del poder, desarrollo tecnológico y militar de EE. UU. La Guerra Fría, que libraban la URSS y su bloque socialista contra el país del norte y sus aliados europeos, se trasladaba a los confines del Universo. Esta había llegado a un punto de inflexión en 1961 cuando los rusos pusieron en órbita al astronauta Yuri Gagarin, para asombro de la civilidad.
El momento más tenso de la misión se registró a escasos metros del alunizaje por un problema de aceleración de los motores del Águila, que la puso frente a un abismo. Se pensó abortar la operación, pero la suerte corrió a favor de la misión.
Luego fue la salida de Armstrong del Águila, su primera huella en la luna, su frase observando al planeta azul desde el suelo selenita, “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, la bandera americana ondeando en el espacio infinito, millones de personas aplaudiendo desde todos los continentes e incluso saliendo a calles y balcones para mirar al satélite y tratar de identificar el sitio exacto del alunizaje, la llamada del presidente Richard Nixon a sus astronautas en la Luna: “Hola Neil y Buzz, les estoy hablando por teléfono desde el Despacho Oval (...) En este momento único todos los pueblos de la Tierra forman uno solo...”. Primer amanecer de un hombre contemplando la Tierra desde el espacio y un retorno tan preciso como el despegue.
Seis países más han dejado su huella en la Luna. Los altos costos económicos de la misión Apolo (US$25.000 millones) le valieron toda suerte de críticas y la cancelación del proyecto, pero los retornos del mismo en desarrollos tecnológicos, científicos, conocimiento del universo y herramientas de uso diario para el disfrute y bienestar de la humanidad se calculan en US$20 por cada dólar invertido.
Más que el dinero, la principal razón de la exploración espacial, como lo ha definido el proyecto Magallanes “Es la de dar salida al impulso natural por ampliar nuestras fronteras físicas y del conocimiento. Ese mismo impulso que nos hizo salir de las cavernas y dejar de ser una especie huidiza y débil y convertirnos en dueños de nuestro futuro”.