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Editorial

‘Incendiar el país’

Este rumor se ha convertido en una forma inaceptable de constreñimiento a los votantes.
Publicado

Todas las formas de intimidación al elector son inaceptables, incluyendo las que se hacen de manera indirecta y solapada.

Seguramente todos hemos oído en conversaciones cotidianas un temor que muchos están expresando: “el problema es que si no gana Petro van a incendiar el país”. En efecto, no son pocos los que, recordando la violencia de las manifestaciones de hace un año, perciben con temor un escenario en el cual el candidato del Pacto Histórico no logre ganar la presidencia, y acto seguido salgan a las calles sus seguidores más radicales a repetirnos la dosis de bloqueos, de incendios y de destrucción. Este temor, alimentado por numerosos rumores y por las redes sociales, se ha convertido en una forma inaceptable de constreñimiento e intimidación a los votantes.

En una democracia la gente debe poder votar con toda libertad. El voto debería ser resultado de un examen consciente en el cual cada persona, libremente, examina las alternativas, analiza las propuestas de los candidatos, y decide quién considera que sería la persona más indicada para gobernar el país. Tan malo es que el voto esté condicionado por amenazas directas como que lo esté por amenazas indirectas. Tan malo es que la voluntad del votante esté constreñida porque los del Clan del Golfo o los del Eln le apuntan con un fusil a la espalda, como que esté constreñida porque la persona reciba insistentes rumores según los cuales, si tal candidato no gana, sus seguidores más extremos desatarían una nueva oleada de vandalismo en las carreteras, los campos y las ciudades. Es posible que mucha gente, recordando el caos que tuvimos que soportar en mayo y junio del año pasado, decida votar incluso en contra de lo que su conciencia le indique solo para evitar volver a esa situación.

En rigor, no hemos oído de parte del candidato Gustavo Petro un llamado explícito e inequívoco a volver a la protesta violenta si su aspiración no tiene éxito y, de hecho, en un reciente debate dijo que en caso de no estar de acuerdo con el preconteo electoral se remitiría a lo que arroje el escrutinio. Sin embargo, el temor persiste por varias razones. Primero, porque pese a lo anterior, le oímos desde hace tiempo, y en muchas circunstancias, llamamientos ambiguos a sus seguidores a que estén listos “en las calles”. Sabemos muy bien que un concepto central en su ideario político es el de que la democracia se ejerce en la calle, incluso si eso implica desconocer a las instituciones o presionarlas: “es que la ciudadanía es la dueña de las instituciones”, dijo en un debate el año pasado cuando le preguntaron si se valdría de marchas y protestas para enfrentar resultados institucionales adversos. Imposible no interpretar esa respuesta como un sí.

Además, en el paro de 2021 nos quedó claro cómo se juega estratégicamente con la ambigüedad: mientras Petro apenas se asomaba y hacía tímidas declaraciones en favor de la protesta, evitando tal vez el daño político de ser visto como su líder, sus alfiles más cercanos claramente se pusieron del lado, no solo de las protestas pacíficas, sino de las expresiones más violentas y destructivas de esas jornadas. ¿Cómo olvidar a Gustavo Bolívar, mano derecha de Petro, comprando cascos y otros elementos para la “primera línea”, es decir para facilitar las acciones violentas contra la Policía, el comercio, el transporte público y la propiedad privada? Con un antecedente tan claro, es comprensible que la gente tenga temores incluso si no existe al respecto un llamado explícito de parte del candidato.

Todas las formas de intimidación y corrupción al elector deben ser rechazadas. La compra de votos debe ser rechazada y erradicada. La coerción armada debe igualmente ser condenada, castigada y eliminada. Pero este tipo de coerción ambigua, la amenaza subrepticia y etérea de que si tal candidato no gana habrá caos y violencia, no puede pasar de largo simplemente porque no tiene autor visible. Es en esa ambigüedad en la que triunfan los enemigos de la democracia, pues se valen de ella para sembrar en nosotros el miedo sin tener que dar la cara .

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