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El resultado de las elecciones en Italia, con el que está casi asegurado que por primera vez este país va a tener una primera ministra, Georgia Meloni, confirma una tendencia que ya se vive en países como Suecia, Francia y Alemania, donde la derecha dura tiene cada día más poder. O casos como el de Hungría y Polonia, en donde gobiernan en abierto enfrentamiento contra las leyes de la Unión Europea.
Así como hace unos días comentábamos en estas páginas sobre el virus populista que se extiende por América Latina, hoy tenemos que decir que en el Viejo Continente los movimientos de la extrema derecha europea están en auge: son nacionalistas, escépticos de Europa y antinmigración.
Pasada la pandemia, en medio de una tremenda crisis energética y con el aumento de los precios por la guerra en Ucrania, ese continente hasta hace poco de tendencia socialista, que defiende el Estado de bienestar y abre las puertas para los refugiados, ha perdido la fe en sus dirigentes, se ha cansado de las mismas opciones y ahora abraza movimientos políticos que antes simplemente miraba con distancia y desdén.
Y es que hay cifras que dan mucho que pensar. Los partidos de extrema derecha, conservadores y nacionalistas, han ido creciendo en 18 de los 27 países de la UE, y se ha visto que influyen en las políticas de todo el continente.
Como resumió The Economist: “Hartos de los fracasos de los partidos establecidos, los votantes se decantan por lo que no se ha probado”. Tal parece que esa pérdida de fe de los ciudadanos, quienes ven que los problemas crecen sin que haya una solución real, ha sido aprovechada y alentada por partidos extremistas que han sabido sacar ventaja.
El momento geopolítico es bastante complicado. E Italia no es un socio cualquiera. Es la tercera economía de la llamada Eurozona y representa el 14 % de poder de voto en el consejo donde se toman decisiones por mayoría. Este punto es fundamental si se piensa en las medidas que debe seguir tomando la Unión Europea contra Vladímir Putin, personaje por el que han demostrado una gran admiración y amistad los dos aliados a los que tiene que unirse Georgia Meloni si quiere gobernabilidad: Mateo Salvini y Silvio Berlusconi.
Pero aunque se siente el remesón inquietante de las elecciones italianas, Bruselas sabe que, por ahora, tiene la sartén por el mango. No se puede olvidar que el derecho europeo está por encima del derecho nacional, de manera que cualquier medida que sea contraria al derecho comunitario puede desactivarse. Por muy de derechas que sea un gobierno, ninguno va a querer exponerse a perder el dinero que le entrega la UE y del cual depende en muchas áreas para poder gobernar. Esa dependencia de los fondos comunitarios es más que obvia para cualquier político europeo que tenga alguna aspiración.
De ahí que, en las últimas semanas previas a las elecciones, Meloni, de manera calculada, intentó mostrarse un poco más moderada en cuanto a su euroescepticismo. Le bajó la intensidad a su agenda radical y supo entender el gran apoyo hacia la Unión Europea que todavía existe entre la población italiana (el 71 % apoya el euro).
También usó su tono moderado para referirse a Rusia, reiterando su compromiso con la Otan y con las políticas europeas respecto a ese país agresor.
Y con los mercados nerviosos y los inversores expectantes, la futura primera ministra hizo gala de su lado más amable en materia económica buscando transmitir serenidad y calma al llamado establecimiento italiano. Una estrategia de la que también fuimos testigos los colombianos hace muy poco, en nuestras propias elecciones, pero desde otra vertiente ideológica.
Sea como sea, la derecha europea está envalentonada. Sobra rabia, falta información o no se entiende la que se transmite. Esos valores que los han convertido durante años en países envidiados por su nivel de vida, en objeto de deseo para miles de personas que emigran en busca de un mejor futuro, ahora se cuestionan y, en algunos casos, se rechazan. Ciertos discursos de odio, ciertas ideologías que se creían superadas vuelven a aparecer. Como si este mundo imperfecto que construimos los humanos necesitara ciclos que empiezan en un extremo y terminan en otro de manera continua, porque no aprendemos del pasado