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“¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”. Así, Francisco, el Papa renovador, inició con alegría su discurso el domingo de resurrección hace un año, cuando el inolvidable 2020 apenas empezaba a entender el significado de la palabra que lo identificaría en la historia universal: pandemia. Hoy, un año después, la sociedad ha asumido y se ha adaptado con bemoles al reto espiritual, emocional, intelectual, físico y económico que la Covid-19 ha implicado.
La Covid es una enfermedad que muchos han podido evitar, algunos han vivido sin casi notarlo, pero otros... han sentido físicamente en el ahogo integral que generan sus síntomas, la soledad del aislamiento, el reto de sentir el murmullo de la muerte... mientras viven así y segundo a segundo sobreviven. Pero están también aquellos que fallecieron en esta época de despedidas sin cordura, personas que hoy honramos, invitando a quienes les amaron y les sobreviven, a que abracen su memoria desde la alegría que alberga el mensaje católico de la resurrección que llama con fuerza inquebrantable a no abandonar la esperanza.
Vivimos una realidad retadora pero dejar el sufrimiento y la decepción es una elección, para poner la mirada en las oportunidades y las posibilidades. Como personas y como sociedad estamos invitados a impregnarle a la existencia un norte sobrecogedor y emocionante que imponga sentido al despliegue de talento y al óptimo aprovechamiento del tiempo. Una visión que invada de propósito a la vida y sea fiel y justa con el ser interior. Sin temor. “Haz que tus elecciones reflejen tus esperanzas, no tus miedos”, expresaba el líder sudafricano Nelson Mandela. Requerimos sembrar semillas positivas.
Nunca es buena la indiferencia, menos ahora. Ni hablar de egoísmo, el narcisismo y la arrogancia que ahondan las distancias. Es el momento de la empatía para hacer fértil la conversación, fomentar los encuentros, estimular la cocreación y las alianzas colectivas en la esperanza. Martin Luther King Jr., el activista estadounidense, consideraba que todo lo que se hace en el mundo se hace precisamente como consecuencia de la esperanza. Fueron cuatro las palabras que marcaron su histórico discurso el 28 de agosto de 1963 y que cambiarían la historia de su país para siempre: “Yo tengo un sueño” (“I have a dream”).
El domingo de resurrección trae una propuesta de fe: creer. No abandonemos la esperanza y el significado sublime de la vida. Confiemos de manera intensa y activa en la capacidad de trascender y crear porvenir