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Mientras diferentes actores y fuerzas de la sociedad civil proponen que se reactive el diálogo con el Ejército de Liberación Nacional (Eln), esa guerrilla se hace sentir con otro acto de terror: incendia seis automotores en la Troncal a la Costa Atlántica. No se percata el grupo armado ilegal de que si algún mensaje dejan estos días de agitación y tensión nacional, es la condena general de la ciudadanía a cualquier forma de violencia para resolver conflictos y diferencias.
Este escenario acaba por reforzar los argumentos del presidente de la República, Iván Duque, desde que inició su era de gobierno: solo se sentará a la mesa de conversaciones si el Eln desiste de sus actos de intimidación y daño a los colombianos. El secuestro, las voladuras de oleoductos, los ataques dinamiteros a las guarniciones de la Fuerza Pública, el asesinato de civiles, policías y militares, no van a servirle al Eln para chantajear al Estado y a la comunidad.
Esos actos demenciales cierran por ahora la puerta a un acercamiento, a una reanudación de la negociación política del conflicto armado que mantiene el grupo subversivo contra la nación.
No es generando destrucción de bienes de la infraestructura pública y privada, ni atacando medios de subsistencia esenciales, incluso algunos protegidos por el Derecho Internacional Humanitario (DIH), como el Eln va a conseguir el respaldo de la ciudadanía y la atención del Gobierno Nacional para discutir los problemas y el rumbo del país.
Hay que decirlo desde el titular: el Eln es miope, no está leyendo la riqueza del momento político derivado de las movilizaciones y de la tranquila y generosa respuesta del presidente Duque, para abordar conversaciones y encontrar puntos de entendimiento, de construcción y de fortalecimiento democrático.
Como suele ocurrir en época de Navidad, el Eln reaparece con sus incursiones terroristas: detona artefactos explosivos contra caravanas y estaciones de la Fuerza Pública, bloquea vías estratégicas no solo para la economía nacional -en momentos de tanta austeridad y necesidad-, sino esenciales para la vida cotidiana de la gente de a pie.
Es el mismo Eln el que se encarga de dejar sin argumentos a quienes de buena fe buscan, desde la sociedad civil, abrir paso a reconsideraciones sobre el futuro de su mesa de diálogo con el Estado. Se ven también en aprietos los gobiernos y figuras de la comunidad internacional que apuestan por estimular la comunicación de las partes.
Esta postura de chantajes “prenavideños” del Eln, mediante la violencia, no solo es predecible -de agresiones repetidas y brutales contra los intereses ciudadanos y comunitarios-, sino que no aporta ninguna salida o propuesta ingeniosa capaz de captar el deseo y la voluntad del gobierno y de las demás fuerzas institucionales y civiles para que se retome la senda del diálogo.
Los camiones y buses ardiendo en Valdivia, los bombazos a la Policía en Cauca, los secuestrados grabando pruebas de supervivencia, son la ratificación de que el Eln quiere imponer una negociación que no parte de iniciativas de buena fe, civilidad y política, sino del recurso fácil y deplorable del cañón en la sien de los colombianos.
Así es muy difícil que el corazón del país tenga pálpitos, y que su cabeza tenga argumentos de razón, para despejar el camino, en 2020, a la reanudación de un proceso en busca de acuerdos con el Eln.