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El mundo, tal vez sin darnos mucha cuenta, está ya metido de cabeza en una nueva revolución: la de la inteligencia artificial, que ha dejado de ser un cuento de películas de ciencia ficción y promete en cuestión de años cambiar la vida tal y como la conocemos.
Cuando se menciona la palabra “inteligencia artificial”, la imagen que suele aparecer en la mente de la mayoría de las personas es la de un robot humanoide que lo sabe todo. Invencible, superpoderoso. Es una herencia que nos dejó Hollywood. Sin embargo, este imaginario no podría estar más errado: la inteligencia a la que estamos expuestos hoy en día está lejos de parecerse al Terminator.
El mundo de la tecnología lleva más de una década envuelto en la “revolución” de la inteligencia artificial, y sus aplicaciones ya conviven en nuestra cotidianidad. El traductor de Google, los correos que llegan al buzón de “no deseados”, la publicidad personalizada que le sale a cada usuario en Facebook y las películas que recomienda Netflix son todos ejemplos de aplicaciones útiles de algún tipo de inteligencia artificial a las que nos hemos acostumbrado en los últimos años.
Casi todas las aplicaciones actuales de “inteligencias artificiales” se parecen. Parten de un conjunto gigante de datos, tan grande que es difícil de poner en palabras. Estas “inteligencias artificiales” aprenden –entre comillas– a hacer muy buenas predicciones cuando se les presenta algo que no conocían.
Para clasificar si un correo es “no deseado” o sí deseado, por ejemplo, una inteligencia artificial ya aprendió a partir de miles de millones de correos cómo se distingue un correo malicioso. Al ver un correo nuevo, aunque no tenga certeza de estar tomando la decisión correcta, logra hacer la mejor predicción según lo que sabe. Gracias a la enorme cantidad de datos que nos ha dejado la digitalización, las predicciones de estas “inteligencias” se han vuelto mucho mejores que hace 20 años.
Todavía falta mucho camino por recorrer. Si bien la revolución ya se nota, apenas está dando sus primeros pasos, y las grandes empresas tecnológicas del mundo están dedicadas por completo a ver cómo almacenan más datos en menos espacio.
El 2022 cerró como un año de grandes avances en el mundo de la “inteligencia artificial”. Dos aplicaciones en particular generaron gran revuelo: DALL-E y ChatGPT, ambas desarrollados por OpenAI, una empresa de investigación en esta materia. DALL-E es un programa que crea imágenes a partir de descripciones textuales, lo que sea que a uno se le pueda ocurrir. Si uno le dice a DALL-E que cree una imagen de unos “osos de peluche trabajando en una nueva investigación de inteligencia artificial en la luna en la década de 1980”, este lo hará, y aunque no exista, la imagen parecerá real. ChatGPT - que se ha popularizado por su accesibilidad - es un programa con capacidad de chatear sobre cualquier cosa que uno le pregunte, capaz de crear un texto en cualquier idioma sobre cualquier guía que uno le dé.
Los nuevos desarrollos de OpenAI han logrado masificar lo que será una nueva era de la inteligencia artificial: la de programas capaces de crear cosas. DALL-E crea imágenes “nuevas” y ChatGPT crea conversaciones y textos “originales”. Pareciera, al menos en la superficie, que nos acercamos a etapas más “inteligentes” de la inteligencia artificial.
Ni DALL-E ni ChatGPT hacen nada muy diferente a lo que hace el traductor de Google o las recomendaciones de películas de Netflix: siguen siendo predicciones a partir de conjuntos enormes de datos. Siguen siendo “procesadores de información compleja”. Ni DALL-E crea imágenes, ni ChatGPT crea textos: simplemente recogen del enorme universo de datos las imágenes o las palabras que mejor se acerquen a lo que el humano les pide hacer: el resultado son imágenes y textos que parecen más auténticos, casi “inteligentes”.
El siguiente es un ejemplo de cómo funciona ChatGPT. Usted puede entrar en esa aplicación, le da una frase de entrada y la ‘máquina’ le completa el escrito. De la siguiente manera: el futuro de la inteligencia artificial en Colombia traerá riesgos como la automatización de empleos y la posible pérdida de empleos para trabajadores con habilidades y conocimientos limitados, así como la posibilidad de ser utilizada de manera inapropiada o para fines maliciosos. Sin embargo, también puede traer beneficios significativos en áreas como la mejora de la eficiencia y productividad en los negocios, la mejora de la toma de decisiones en el sector público, y el desarrollo de nuevos servicios y productos. Es importante tener una regulación y supervisión adecuadas para asegurar que los beneficios superan los riesgos y se utiliza de manera ética y responsable.
Lo que está escrito en cursiva lo hizo la inteligencia artificial. ¿Nota la diferencia?
Con esta nueva generación de inteligencias artificiales, la “originalidad” parece continuar a salvo. Sin embargo, la línea empieza a volverse más difusa. ¿Qué sentido podrá tener que niños en los primeros años de bachillerato hagan textos o ensayos sobre el Renacimiento si un programa como ChatGPT lo puede hacer en instantes como si fueran ellos?
La “inteligencia artificial” no es lo que muchos se imaginan. Y aunque su impacto será muy distinto al de las películas, puede que dentro de unos años una inteligencia artificial sea capaz de escribir este editorial. Tal vez hoy pueda escribir un texto recogiendo líneas o párrafos de uno y otro lado regados en internet y armar un texto comprensible, pero sigue, por ahora, estando en deuda con la originalidad y la conciencia. .