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Solo han pasado siete días del gobierno de Gustavo Petro y ya comienza a sentirse el sacudón. Entre decisiones que él ha tomado y anuncios que ha hecho su equipo de gobierno va quedando claro el talante con el cual va a gobernar al país.
Al principio de la semana todo empezó relativamente calmado. Se presentó la anunciada reforma tributaria. No se recuerda gobierno alguno que el primer día haya presentado un proyecto como este para recoger 25 billones de pesos en impuestos. Ese monto equivale al 15% del total que se recaudó en 2021. Pero tiene lógica dentro del insistente discurso del nuevo gobierno de que va poner a pagar más a los que más tienen.
El ministro José Antonio Ocampo elaboró un proyecto en general serio y bien estructurado, sobre cuyos detalles habrá mucho más que discutir. Ya el sector empresarial empezó a ventilar inquietudes. Por ejemplo, el tope a las exenciones viene de un consenso de expertos y tal vez es necesario, pero ese mismo consenso recomendaba una reducción en la tarifa general de renta a empresas: sin ella, la carga a las empresas se vuelve gigantesca, y la reforma no la trae. Parece que con el ministro José Antonio Ocampo se puede hablar. Esperemos que prime el diálogo de Ocampo y no el pupitrazo de Roy.
En el transcurso de la semana se fueron viendo curiosidades del nuevo gobierno. Es raro, por ejemplo, que Petro termine su primera semana sin haber conformado por completo el gabinete. Esta vacante, nada más ni nada menos, que el Ministerio de Ciencia y, tal vez, el de las TIC. Ya nos hemos referido a los ministros y ministras, pero sigue llamando la atención, con algo de inquietud, el nombramiento de César Ferrari como director de Planeación Nacional. Prácticamente nadie lo celebró y nadie se explica por qué, con tantos economistas talentosos, elegir a alguien cuyo palmarés es el de haber sido protagonista de uno de los peores gobiernos de la historia de América Latina (el primero de Alan García).
En el frente diplomático hubo otra noticia que nadie logra explicarse. De forma acelerada procedió el presidente a designar tres embajadores: Camilo Romero, en Argentina; León Fredy Muñoz, en la Nicaragua de Ortega; y Armando Benedetti, en Caracas. La suspicacia no ha escapado a los observadores y a los corrillos: ¿no es mucha casualidad que los tres nombrados tengan líos con la justicia, y que hayan sido nombrados ante países de gobiernos afines a Petro?
Hacia finales de la semana vinieron las bombas. La primera: en entrevista radial, la nueva ministra de Minas reiteró que no habrá más exploración de petróleo y gas. Cuando se le preguntó por la posibilidad de un desabastecimiento de gas, dadas las reservas limitadas que tiene el país, respondió que no había problema porque se podía importar de Venezuela. Y ante las objeciones de los periodistas se limitó a responder que ellos habían ganado las elecciones con esa propuesta.
Preocupa el facilismo y, sobre todo, la falta de sustento con el que la ministra responde algo de tanta trascendencia. Todos estamos de acuerdo en que el cambio climático es un problema grave. Pero que Colombia se abstenga de extraer petróleo y gas prácticamente no va a contribuir en nada a solucionarlo, y sí le hará un enorme daño al país. El propio ministro de Hacienda de Petro ha advertido: el balance costo-beneficio de esta decisión es neta y absolutamente desfavorable. El cambio climático, además, no es un fenómeno local: no extraer petróleo en Colombia no va a proteger al país de sus efectos. Ni va a reducir nuestras emisiones: gas y petróleo emiten CO2 cuando se usan, no cuando se extraen. Bienvenida la transición energética pero pónganle cuidado a la primera palabra: es una transición, no un totazo.
Esto para no mencionar el hecho de que nos volveríamos dependientes de Venezuela para cocinar hasta el almuerzo. Maravilloso para el vecino si se tiene en cuenta que aquí hay más de 10 millones de usuarios de gas natural. ¿Cuántos meses lleva la ministra sin ver noticias? ¿No ha visto a los europeos corriendo a sustituir fuentes de energía tras haberse vuelto dependientes de Rusia? ¿O será que la ministra se informa mediante los discursos de Petro y su delirante versión de que la guerra en Ucrania es culpa del cambio climático y no de Putin?
Y el viernes por la tarde soltaron la otra bomba: un cambio en la cúpula militar cuyo efecto es el retiro inmediato de 52 generales, entre ellos 24 de la Policía. Todo gobierno tiene derecho a conformar su cúpula militar de acuerdo con sus criterios. Pero prescindir de 52 generales es darse un tiro en el pie. Formar un general le cuesta al país años y recursos. Son décadas de estudios, de experiencias, de formación, incluso, de cooperación internacional. Esos años producen el nivel de destreza y capacidad que se necesita en el alto mando. No tiene ningún sentido prescindir de ese valioso conocimiento. Es como si usted estudiara una carrera profesional y al día siguiente quemara el diploma.
El presidente Petro ha mostrado en varios frentes moderación y sensatez. Pero también ha comenzado a mostrar posiciones que dejan abiertas importantes inquietudes que solo se convertirán en certezas con el paso del tiempo.