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El candidato Gustavo Petro y su equipo han tratado de contener de todas las formas posibles la bola de nieve en la que se ha convertido el escándalo del “perdón social”. Llevamos ya una semana escuchando múltiples, cambiantes y contradictorias declaraciones de Petro y su campaña, quien trata de responder a la revelación de que su hermano Juan Fernando se reunió en La Picota con una serie de políticos presos por corrupción, paramilitarismo, masacres, homicidios y otras conductas. Por cuenta de esa cascada de declaraciones, el escándalo crece en lugar de amainar. Lo cual hace preguntarse si este podría tener un impacto decisivo en el resultado electoral.
En la política estadounidense tienen un término para esto: la “sorpresa de octubre”. Se trata de algún hecho o revelación súbita y grave que, a pocas semanas de las elecciones, produce una sacudida que desvía todas las tendencias. En tiempos recientes, tal vez el caso más famoso fue la carta que en octubre del 2016 el entonces director del FBI, James Comey, envió al Congreso, la cual informaba de investigaciones sobre el uso que Hillary Clinton habría dado a un servidor de correo cuando era secretaria de Estado; muchos analistas piensan que esta “sorpresa de octubre” le costó a ella la presidencia.
¿Podríamos estar ad portas de algo similar? Es prematuro declarar, como se han apresurado a hacer algunos comentaristas, que esto ya significa la debacle de Gustavo Petro. A su favor, Petro tiene el tiempo: todavía faltan cinco semanas y media para la primera vuelta (29 de mayo), y aunque este lapso no es muy largo, le da la oportunidad al candidato del Pacto Histórico de intentar recuperarse del golpe que esto pueda propinarle en la intención de voto. Golpe cuya magnitud todavía no conocemos y es imposible pronosticar: nada más difícil de anticipar que la psicología de un electorado.
En su contra, Petro tiene la gravedad misma del escándalo y la manera como lo han manejado él y su campaña. Torpemente, como si de las cosas no quedaran registros, la campaña de Petro ha cambiado varias veces su versión sobre los hechos. Al día de hoy, la cosa va en que fue un “entrampamiento”, un montaje, cuando el propio candidato afirmó en las primeras horas del escándalo que su hermano sí había estado en La Picota reunido con esos criminales.
También dicen hoy que esa visita era una diligencia personal del hermano de Petro, y dicen que no pertenece a la campaña, a pesar de que Petro mismo la reconoció como una gestión de su campaña, y una de sus asesoras públicamente aseguró que fue la campaña la que recibió la invitación a visitar la cárcel.
Así mismo dicen hoy que esto no tiene nada que ver con el llamado “perdón social”, cuando recordamos con perfecta claridad al candidato afirmar sin vacilación que hablar del “perdón social” era en efecto el propósito de la visita, y referirse a ese “perdón social” como “una idea que yo he propuesto”. De boca del mismo Petro, y sin equívocos, oímos que el interlocutor de esa conversación fue Iván Moreno, preso en La Picota, y quien es uno de los peores delincuentes de cuello blanco que ha tenido este país.
Alfonso Prada, jefe de debate de Gustavo Petro, salió ayer lunes afanosamente a los medios a desautorizar a Juan Fernando Petro, a desestimar todo aquello del “perdón social”, y a afirmar que cualquier visita del hermano de Petro fue a título personal —una nueva versión del “fue a mis espaldas”—. Pero hay un problema: ha sido el propio candidato, Gustavo Petro Urrego, quien ha afirmado de manera insistente y explícita todo lo contrario, y de todas sus declaraciones hay registro. No las puede hoy desconocer.
En Colombia tal vez no se hayan dado “sorpresas de octubre” —que, para nuestros efectos, serían sorpresa de abril—. El caso del hacker de la campaña de Óscar Iván Zuluaga, para algunos verdadero y para otros infiltrado, al final no fue el caso determinante en las elecciones que terminó ganando Juan Manuel Santos.
Pero sí hay un antecedente que quizás no haya que perder de vista: el de los llamados narcocasetes. Si bien los revelaron después de las elecciones, razón por la cual no tuvieron nada que ver con la victoria o derrota en ellas, lo que sí ocurrió fue que hicieron muy difícil su presidencia, tachada de ilegítima desde las primeras semanas. Gustavo Petro sigue siendo hoy uno de los más fuertes contendores para ganar la presidencia, y si así llegara a ocurrir, es posible que este caso lo persiga y no falte quienes le recuerden que su campaña, por intermedio de su hermano, buscó hacer acuerdos con delincuentes de la peor calaña, en los patios de una cárcel y quién sabe con qué propósitos. Porque esa es otra: al día de hoy todavía no sabemos la verdad sobre el objetivo de esa reunión, y entre mentira y mentira nos lo siguen ocultando .