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Editorial

La vía dolorosa

Los ataques a agentes de secretarías de Movilidad, Espacio Público y policías, y las agresiones entre conductores, son constantes en el país. Hay que “desacelerar”, pero ya, a los actores viales.
La vía dolorosa
ilustración esteban parís Publicado

Solo en Medellín se presentaron 30 agresiones a agentes de la Secretaría de Movilidad en 2014. En mes y medio de este año ya van dos, muy sonadas: el de una joven que en enero arrastró varias cuadras a un guarda de tránsito por el centro de la ciudad, y el ataque de anteayer con una sustancia química a otro servidor público en su rostro. La intolerancia en las vías de la región y del país es pan de cada día.

Ataques físicos (a golpes y con objetos contundentes) y peleas, insultos de grueso calibre, evasiones y fugas a los puntos de control, conductores embriagados, choques a altas velocidades pero también algunos accidentes por faltas impresentables a las normas de tránsito. Las calles urbanas y las autopistas intermunicipales se han convertido en campo de batalla. Una violencia inquietante.

El panorama de Medellín, dentro del conjunto nacional, es ciertamente preocupante debido a los continuos actos de vandalismo contra los agentes que están en las vías. Como se señaló esta semana desde la Secretaría de Movilidad del Municipio, no se puede permitir que prospere ese tipo de actitudes contra los servidores públicos en nuestra ciudad. La autoridad y las normas deben respetarse, sin reservas.

Qué tal que a cada ciudadano que no le parezca o le moleste que se le imponga un comparendo -incluso si fuesen cuestionables el rigor y la imparcialidad de la multa- se crea con el derecho a agredir a los funcionarios de turno y a hacer “justicia” por propia mano. Colombia, y Medellín en particular, no pueden dar pasos atrás en la exigencia del acatamiento a las leyes y las instituciones. Se deben seguir entronizando en la ciudadanía el respeto y el buen trato a los funcionarios.

Pero paralelamente, eso sí, hay que exigir capacitación y cultura del buen servicio por parte de quienes representan las entidades de control vial del Estado. En ellos también debe enfatizarse, desde las secretarías de Movilidad y Espacio Público y de la Policía con funciones de tránsito, que sus modales y actuaciones estimulen el buen trato entre todos los actores viales.

Cabe preguntar, por supuesto, ¿qué nos pasa a los colombianos que estamos convirtiendo las vías urbanas e intermunicipales en escenarios de violencia cotidiana? ¿Cuáles son las causas de esta “epidemia de intolerancia vial” que deja decenas de muertos y heridos cada año? Es notorio que los problemas que nos agobian en otros órdenes alimentan la insalubridad sicológica que también se refleja en las calles y, muy fuertemente, en los actores viales.

Pero el gran esfuerzo debe comenzar en el campo específico que ocupa esta reflexión: el de acrecentar la pedagogía en materia de derechos y deberes de conductores y peatones y en el mejoramiento de los sistemas de regulación y control del tránsito, y en la permanente formación de los agentes y funcionarios en ese campo. Se trata de una cadena de transmisión muy sensible, de un engranaje en el que a todos, actores públicos y privados, nos asiste una gran responsabilidad.

Debe avergonzar que Medellín, una ciudad que se precia de ordenada y cívica, sea ejemplo de ataques tan condenables contra agentes de la Secretaría de Movilidad. Que sus conductores, y otros de capitales como Bogotá, Barranquilla o Cali, se trencen en combates en plena vía pública. Debemos rechazar esas imágenes que, como lo dice el título de este editorial, son los pasajes de una vía dolorosa que retrata la pobre cultura vial de Colombia.

El llamado, entonces, es también a una mayor tolerancia ciudadana. Cada uno debería ser consciente del aporte concreto que puede hacer a una movilidad más amable si comienza por respetar las normas de tránsito, si se pone a la tarea de conducir con menos agresividad y afanes y si entiende que afuera, en las calles, están en juego numerosas vidas, incluida la propia. Cualquier esfuerzo operativo, normativo y pedagógico se verá frustrado si no hay ciudadanos dispuestos a respetar a los demás, con y sin uniforme, en las calles.

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