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¿Les importa un pito?

Puede que ahora ganen algo de visibilidad quienes recurren a esas tretas y a ese maltrato, pero sin duda están perdiendo de vista el sentido de la historia.

24 de septiembre de 2023
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  • ¿Les importa un pito?

En los últimos días los colombianos hemos escuchado con algo de perplejidad el nuevo estilo que se ha apoderado de algunos de los más altos funcionarios del Estado a la hora de hablar. Se trata de un proceder que no brilla propiamente por el tacto o la diplomacia.

Primero fue la vicepresidenta Francia Márquez la que contestó: “¡De malas!”, a una periodista que le preguntó sobre el uso de un helicóptero para ir a su casa en el Valle del Cauca. Luego fue la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, la misma que se ha caracterizado por su ponderación, la que se puso en plan de desdén y refiriéndose a los empresarios con los que se había reunido en el Consejo Gremial los señaló de sufrir “el síndrome de la Coca Cola del desierto”. Y, más recientemente, el turno de ser peyorativo fue para el propio presidente Gustavo Petro. “Me importa un pito los que se creen demócratas”, escribió en su cuenta de X, en medio de una discusión con el expresidente Iván Duque.

En los tres casos es como si los más altos funcionarios del Gobierno dijeran “me tiene sin cuidado lo que digan”: lo que pregunten los medios, lo que digan los gremios o lo que opine un expresidente. En últimas, también, cada uno de los ciudadanos a quienes ellos representan. Son, todas ellas, expresiones que reflejan indiferencia, cierta altanería y hasta una pizca de desprecio.

¿A qué responde ese tono camorrero y provocador? ¿Qué se proponen siendo pendencieros? ¿Qué ganan ellos? ¿Qué gana el país?

Habrá quienes interpreten esta actitud como una reacción a la manera como los hoy altos funcionarios dicen haberse sentido tratados por décadas y, dirán, que quieren darle al resto una dosis de esa misma medicina. O también, habrá otros que los justifican diciendo que no han podido hacer los cambios que se habían imaginado por culpa de aquellos a quienes ahora les lanzan este tipo de imprecaciones.

Es difícil entrar a juzgar estas posibles explicaciones cuando se trata de percepciones y sensibilidades. Lo cierto es que es un trato poco usual en Colombia, por no decir inédito, viniendo de un Presidente de la República. Solo se recuerda un tono despectivo parecido en el vecindario por cuenta de mandatarios como Hugo Chávez (que llamaba escuálidos a sus opositores), el fuera de concurso Nicolás Maduro, Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump o un Javier Milei, favorito a la Presidencia de Argentina, a quien le recordaron esta semana haber insultado al Papa Francisco diciéndole “imbécil”.

Y ahí puede estar la explicación. Todos ellos son populistas. En el manual del populista debe estar escrito que un insulto, que estimule sentimientos como la rabia, puede ser ganador para inflar popularidad. Algo parecido a lo que ocurre en las redes sociales, en donde quienes más insultan más seguidores tienen.

La fórmula está pegando. En los casos de López Obrador y de Trump hay incluso estudios detallados de su arsenal de insultos. Al mexicano le identificaron 13 insultos como favoritos –entre ellos neoliberales (2.500 veces), corruptazos (761), racistas (163), clasistas (113) y rateros (36)–. En el caso de Trump, estudiaron su cuenta de Twitter, antes de que se la cerraran, tenía 88 millones de seguidores y sus insultos favoritos eran torcido (215 veces), deshonesto (74), y tonto (42).

Tal vez por eso es que el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, madrugó esta semana a decirle a un concejal “bobo”, después insultó a una reconocida periodista calificándola de “operadora política” y cerró la semana tildando a otro concejal de “hijueputa”. Por no hablar del disco rayado en el que se ha convertido su acusación de “comprados” a quienes se atreven a investigar sus fechorías.

Actitudes estas que además reflejan falta de argumentos. En vez de hacer, como les corresponde en su condición de gobernantes, un buen diagnóstico de la situación de manera que ayude a resolver el problema; o en vez de dar una explicación razonable, lo que hacen es sacar de la manga cualquier expresión popular ofensiva que saque aplausos de sus barras bravas.

Puede que ahora ganen algo de visibilidad quienes recurren a esas tretas y a ese maltrato, pero sin duda están perdiendo de vista el sentido de la historia. Tal vez no han entendido que son ellos los que tienen el poder entre sus manos y cualquier expresión de ese calibre termina haciéndolos ver como aquellos a quienes tanto han criticado: unos déspotas sin consideración alguna por los ciudadanos.

No tiene coherencia, no tiene sentido, que el presidente Petro se vaya a Nueva York, a la Asamblea de la ONU, a pedir que acaben “algo simple como es la guerra” y se devuelva a Colombia a lanzar verdaderos misiles encendidos.

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