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El gobierno de Gustavo Petro por momentos parece estar pasando por aguas agitadas. O por lo menos, esa es la impresión que da cuando varios de sus más cercanos aliados han salido públicamente a quejarse o a cuestionar lo que está ocurriendo.
Primero fue Armando Benedetti, hoy embajador en Venezuela y mano derecha de Petro en la campaña presidencial, el que publicó un fuerte trino contra el gabinete: “Veo a ministras y ministros nuevones haciendo unos videos muertos de la risa. De qué se ríen si el país está mal. Parecen boy scouts o una brigada de recreacionistas ¡SEAN MINISTROS!”.
La semana pasada el turno fue para Roy Barreras, flamante presidente del Senado y quien le ayudó a armar a Petro la aplanadora en el Congreso, el encargado de increparlos: “Los ministros no pueden reemplazar las acciones de gobierno por utopías ni por discursos filosóficos. Tienen que hacer propuestas concretas contra el hambre, la violencia y la inseguridad”.
Entre otras cosas, lo decía porque no había recibido los proyectos de reforma o de ley prometidos por el Gobierno, a pesar de que el propio Senador les había advertido que el proyecto que no llegara antes de empezar septiembre tendría dificultades para ser aprobado.
Y el presidente de la Cámara, David Racero, otra de las cartas del Gobierno en el Legislativo, no se quedó atrás con sus reparos; le pidió a la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, “acelerar su proceso de aprendizaje”. ¿Es inexperiencia? ¿Es desorden? ¿Es lentitud? ¿O todas las anteriores?
Después del triunfo de Petro, una buena parte del país, a pesar de no estar de acuerdo con sus propuestas, reconoció la derrota en democracia y decidió darle un compás de espera. Buena parte de la opinión pública ha tenido paciencia y ha mantenido un respetuoso silencio sobre lo que está ocurriendo. Por eso, es muy diciente que sean personajes de lo más granado de la cúpula del petrismo (y del neopetrismo) los que están zarandeando al Gobierno para que arranque.
En un mundo ideal no tiene ninguna presentación que un gobierno nombre a personas inexpertas o, incluso, desconocedoras no solo en la materia específica de su cargo, sino también en los asuntos del Estado. Pero lamentablemente en Colombia ya otros gobiernos han dado muestras de este tipo de improvisación.
Ojalá no fuera así. Ojalá no tuviéramos que justificar la falta de méritos o la falta de trayectoria o la mediocridad, que porque otros lo han hecho así. Y más en Colombia, donde hay de dónde escoger personas calificadas.
Dicho esto, el gabinete puede no ser el mayor motivo de preocupación en este arranque de gobierno, porque así como hay algunos inexpertos y hay otros nombramientos que producen gran preocupación –como el del Banco Agrario y el de Colpensiones, que hasta ahora se ha logrado convertir en una entidad modelo–, también conforman el equipo de Petro figuras de kilates como ya lo hemos destacado en estas páginas.
No hay que perder de vista otras alertas tempranas. La primera es que el Gobierno más que una máquina de gestión pública parece, por lo pronto, una gran lluvia de ideas. Cada día descarga un nuevo anuncio, uno más estruendoso que otro, de tal suerte que el país está viviendo bajo una tormenta de rayos y centellas.
También en este corto tiempo, y es otra alerta temprana, el Gobierno ha terminado tomando acciones contrarias a lo anunciado. Se mostró partidario de no extraditar, pero en los escasos 40 días de Gobierno ya ha mandado a casi 20 colombianos a Estados Unidos. Dio un ultimátum de 48 horas para que desalojen a los invasores de tierras, ya hace rato pasaron, y todavía están tomadas. Dijo que no más minería, pero luego que sí con algunos minerales. Anunció que suspendería la erradicación forzosa de cultivos de uso ilícito y ahora solo se hará hasta cuando haya proyectos de sustitución en firme. Esto por mencionar solo unos ejemplos.
Otra vez hay que decir que es muy temprano para lanzar juicios. Toca dar tiempo y esperar que se decanten los dichos y los hechos del Gobierno. Pero por lo pronto, en las primeras de cambio, tiende a parecerse a lo que fue la Alcaldía de Gustavo Petro en Bogotá: mucha retórica grandilocuente, mucho caudillo, y pocas realidades concretas