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Editorial

Los activistas en el Congreso

La desilusión con lo anterior nos vuelve presa fácil de cualquier cosa que prometa cambio.
Publicado

Una de las novedades que nos trajo este 2022, año político como pocos, fue la llegada al Congreso de Colombia de numerosas personas provenientes del activismo. Muchos de ellos jóvenes, aunque no todos. Muchos de ellos del activismo de redes sociales, aunque también algunos del activismo de la calle y de las marchas. Y la inmensa mayoría de ellos, aunque no todos, emergieron de las protestas de 2021; fue allí donde se dieron a conocer y se hicieron visibles.

Tuvieron entonces un camino acelerado hacia el Capitolio, un verdadero “fast track”: se hacen visibles en las protestas, los partidos ven en ellos un potencial, los meten en las listas y, de la noche a la mañana y sin tener mucha idea de qué era lo que iban a hacer allí o al menos experiencia alguna, ingresaron al Capitolio Nacional el 20 de julio de este año.

Así ocurrió por ejemplo con Susana Gómez (conocida como Susana Boreal), quien hizo un performance como directora de orquesta en las protestas en Medellín, su momento se hizo viral, el Pacto Histórico la incluyó en su lista y ni campaña le tocó hacer porque fue elegida en la lista cerrada. Y así ocurrió con un número significativo de los dos de cada tres que llegaron nuevos al Congreso.

Por supuesto cabe la pregunta: ¿Acaso es que nos ha ido muy bien con los congresistas que hemos tenido hasta ahora? ¿O acaso sabían más de su oficio que estos?

Y es verdad que ha habido Congresos que, comparados con este, son moralmente mucho peores. En el Capitolio estuvo sentado Pablo Escobar y cuando no estaba él estaban sus calanchines. A finales de los ochenta los narcos encontraron la manera de lograr que el Congreso votara como ellos querían y le tocó al gobierno Barco mover cielo y tierra para impedir que legislaran a su favor (por ejemplo, eliminando la extradición).

También hemos tenido Congresos en los que destacados miembros terminan en graves casos de corrupción o incluso mesas directivas completas (el “pomaricazo” de los noventa). Y cómo no, tuvimos al Congreso en el que (hay que decirlo, no todos) muchos estuvieron presentes para oír a los jefes paramilitares y aplaudieron sonoramente. Esto después de que esos mismos jefes afirmaran haber logrado el control del 35% de la corporación y antes de que la justicia condenara a 42 parlamentarios por parapolítica.

Vistas las cosas a través de ese prisma, obviamente la llegada de activistas al Congreso se ve como una buena noticia. “Que entren los que sean pero no los de siempre”. La desilusión con lo anterior nos vuelve presa fácil de cualquier cosa que prometa cambio o huela diferente.

El problema es que el país les abrió las puertas a los recién llegados sin siquiera preguntar si estaban preparados para la responsabilidad que iban a asumir. En apenas seis meses, es ya claro que varios de ellos no lo están, y de hecho se han vuelto característicos por su despiste.

Se les vio muy animados cantando “Duque chao” el día de la instalación del Congreso. Pero al momento de involucrarse en debates serios, en los que se buscan soluciones concretas a los problemas de Colombia brillan por su ausencia, por su silencio, por el hecho de no poder plantear nada, e incluso por su desorden. Al punto de que numerosas voces, incluso de la coalición de gobierno, les han llamado la atención y les han pedido que recuerden que ya no están en las redes sociales sino en el Congreso.

Por supuesto no son todos. Hay en el nuevo Congreso personas que, viniendo del activismo, hicieron o están haciendo esfuerzos para participar con fundamento y en temas clave.

¿Ejemplos? Jeniffer Pedraza (Cámara), que viene del activismo estudiantil, se ha destacado por sus intervenciones serias. Catherine Juvinao (Cámara) y “Jota Pe” Hernández (Senado), que llegaron al Congreso tras triunfar en el mundo de las redes sociales, han tenido una participación destacada en los debates sobre la reforma política y el código electoral, en los cuales han hecho un buen equipo con figuras más experimentadas como Humberto de la Calle.

A Catherine Juvinao, de hecho, le debemos el haber llamado la atención sobre las concesiones extraordinarias que el Gobierno le quería hacer en el código electoral al registrador Alexánder Vega. “Jota Pe” Hernández tuvo el valor de pedir que su partido (Verde) se declarara independiente frente al gobierno, con lo cual puso a sudar la gota gorda a los gamonales de ese partido.

Estos nombres contrastan con quienes siguen viviendo en el mundo de las redes y de la inmediatez. O de quienes siguen en el plan destructivo de usar el activismo para “quemar” gente.

El activismo es una vía legítima, válida e importante de acceso a la política. De hecho el activismo es un ejercicio político. No vamos jamás a descalificar a quienes lo ejercen, además porque entre ellos hay gente de mucho valor y coraje. Creemos, sin embargo, que un acto mínimo de responsabilidad, cuando se va a dar el paso de las redes sociales o de la calle hacia el Congreso o hacia el Gobierno, es prepararse para las funciones específicas que se van a asumir. O quedarse en el activismo, si ese es el camino y la ruta que se conoce y se prefiere. Pero no producir el corto circuito de tratar de legislar y gobernar a punta de hashtags y tik toks .

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