Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
¿Está preparada la Fuerza Pública para una guerra asimétrica en la que el enemigo puede atacar desde el aire con bajos costos y poco aviso?
Pocas veces en la historia contemporánea un conflicto armado ha puesto de relieve una transformación tecnológica tan acelerada como la que se observa hoy en Ucrania. Lo que empezó como una invasión de corte más bien convencional por parte de Rusia, ha derivado en un escenario de experimentación operativa, donde los drones se han convertido en una herramienta central y están influyendo de manera significativa en la forma de hacer la guerra.
Desde 2022, el uso de drones en Ucrania ha aumentado de manera sostenida y pasó de ser un apoyo táctico para integrarse en múltiples tareas del día a día en el frente. En un contexto de presiones logísticas y limitaciones de munición, las fuerzas militares ucranianas adaptaron drones comerciales —pensados originalmente para fotografía o simplemente recreación— para misiones de reconocimiento y ataques a posiciones rusas. De acuerdo con cifras divulgadas por distintos medios internacionales a partir de fuentes oficiales, el ecosistema local reúne hoy a más de 200 empresas y el país se fijó como meta producir alrededor de un millón de drones en un año.
Estos dispositivos cumplen funciones cada vez más diversas: existen drones para vigilar y ubicar al enemigo, para atacar frontalmente, para confundir defensas actuando como “señuelos”, para interferir comunicaciones y también para volar a larga distancia y golpear objetivos estratégicos. Y como paralelamente la inteligencia artificial también evoluciona a toda velocidad, algunos ya operan con un alto grado de autonomía, incluso en “enjambres” que se coordinan entre sí para decidir dónde y cuándo atacar. En una guerra de trincheras y avances mínimos, los drones se han convertido en una herramienta barata y eficaz para ganar movilidad, sorprender y hacer rendir mejor los recursos.
Por estas razones, la proliferación de drones en el campo de batalla está cambiando de manera profunda la economía de guerra. Con aparatos relativamente baratos, hoy es posible destruir o dejar fuera de combate equipos que cuestan millones, como helicópteros, misiles, aviones o vehículos blindados.
Eso rompe una regla que, hasta hace poco, parecía inamovible en conflictos entre dos ejércitos “tradicionales”, como el de Rusia y Ucrania: ya no siempre se impondrá quien tiene el armamento más costoso, sino quien logra producir, reponer y operar estas tecnologías de menor precio con mayor rapidez y en mayor volumen. Y, de paso, deja en entredicho el modelo clásico de compras militares: proyectos de años, contratos gigantescos y ciclos de renovación lentos pueden volverse obsoletos en un entorno donde el campo de batalla cambia de una semana a otra.
Esto está obligando a los ejércitos del mundo a replantear sus estructuras. En Estados Unidos, el Ejército ya se fijó como meta adquirir hasta un millón de drones en dos o tres años. En Europa, mientras tanto, crece la inversión en innovación y defensa asociada a estas tecnologías, hoy fuertemente influenciadas por la capacidad industrial china, ganando terreno ideas algo futuristas como la de un “muro de drones” en el flanco oriental del continente.
En este contexto, los países que no adapten su industria y sus procesos de adquisición perderán agilidad frente a un campo de batalla que muta a gran velocidad. No es que mañana desaparezcan los tanques o los aviones, pero sí se perfila una tendencia clara hacia sistemas más baratos, abundantes y actualizables, como los drones que han marcado la guerra en Ucrania.
Ahora bien, esta revolución no se limita a las potencias ni a los teatros de guerra convencionales. En Colombia ya se siente. Los grupos armados ilegales, desde el ELN hasta facciones disidentes de las antiguas FARC, han empezado a emplear drones modificados para vigilancia, ataques y transporte de explosivos. La facilidad para conseguir estos equipos, muchos de fabricación china, y el aprendizaje que circula por redes criminales y combatientes con experiencia en el exterior, están acelerando su adopción. El resultado es un nuevo desequilibrio en zonas donde el Estado ya enfrentaba limitaciones de presencia y control.
El uso de drones por parte de actores irregulares no solo amplía la amenaza, también abre preguntas urgentes sobre la capacidad del país para adaptarse. ¿Está preparada la Fuerza Pública para una guerra asimétrica en la que el enemigo puede atacar desde el aire con bajos costos y poco aviso? ¿Existe un marco regulatorio efectivo y mecanismos de control sobre importación, modificación y uso de estos dispositivos? ¿Estamos invirtiendo lo suficiente en tecnología para detectar y neutralizar drones?
La discusión ya no es sobre “cómo será” la próxima guerra, sino sobre cómo se está peleando hoy. Ucrania demostró que los drones pasaron a ser una pieza central del combate. Si Colombia asume que eso es un fenómeno lejano, corre el riesgo de enfrentar una amenaza nueva con herramientas viejas.