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Sin la presencia de los presidentes de China, Estados Unidos, Rusia e India, los mayores contaminantes del medio ambiente del planeta, comenzó la cumbre COP27, la reunión más importante para debatir las acciones para combatir el cambio climático.
Cada año, desde 1992, los gobiernos de la mayoría de países se reúnen para buscar mecanismos que permitan reducir los gases de efecto invernadero provocados por las emisiones del petróleo, el gas y el carbón, que ocasionan el calentamiento del planeta. El año pasado fue en Glasgow. Este año la COP 27 se lleva a cabo en la lujosa ciudad árabe de Sharm El-Sheikh, en Egipto.
Aún se escuchan los ecos del acuerdo de París en 2015 (COP 21) que fue adoptado por 197 países. Allí se propuso como uno de los principales objetivos que la temperatura del planeta no se eleve por encima de 1,5 grados centígrados, un nivel considerado muy peligroso para la vida como la conocemos hoy. Siete años después, no se ha conseguido. Y muchos, como la muy respetable revista The Economist, creen que esa oportunidad ya se perdió y que hay que encarar esa realidad.
Colombia, en línea con los demás países, se comprometió en su momento a reducir en 51% sus gases de efecto invernadero, deforestación cero y lograr la carbono-neutralidad para el 2050. Pero el presidente Gustavo Petro quiere ir más allá. Al intervenir en el encuentro aseguró que las cumbres COP “ya no dan respuestas” y “que el tiempo se agotó” y por eso para enfrentar la crisis climática presentó un decálogo de acciones que debe emprender el mundo.
En los diez puntos hay varios que son simples declaraciones como que “la humanidad debe superar la crisis climática con o sin permiso de los gobiernos” o que “el mercado no es la solución a la crisis climática”.
Hay también un par de propuestas concretas. Como la de que el FMI canjee deuda externa por inversión contra el cambio climático, que no es nueva, porque ya la había hecho Iván Duque directamente en Washington. Y la de que Colombia ofrece aportar 200 millones de dólares, cada año, para salvar el Amazonas. Esta última, para los expertos, es la más realizable, así implique desembolsar 1 billón de pesos cada año.
Pero el corazón del decálogo que presentó Petro en Egipto son los puntos relacionados con la idea de que la solución es “un mundo sin petróleo y sin carbón” para lo cual pidió “desvalorizar la economía de los hidrocarburos”, “reformar el FMI y el Banco Mundial para que sigan los acuerdos de la COP” y que “la banca privada deje de financiar hidrocarburos”.
Estas tres propuestas son, en sentido estricto, ciertamente revolucionarias: pero implican un cambio tan profundo del sistema económico y de la manera cómo funciona el mundo, que por ahora se trata apenas de una declaración de buenas intenciones. ¿A cuántos de los jeques árabes presentes en la cumbre, que han construido sus naciones y su riqueza a punta de petróleo, habrán conmovido las palabras de Petro? ¿Las habrán siquiera escuchado?
Nicolás Maduro dijo que era el discurso más inteligente de la Cumbre. ¿Pero acaso la dictadura chavista no se ha mantenido durante 20 años a punta exclusivamente de petróleo?
Por no preguntar de cuánta autoridad puede tener el propio Petro al hablar del tema ¿acaso no fue él como alcalde de Bogotá el que prorrogó la vida útil de 800 buses de Transmilenio que tenían más de 1 millón de kilómetros de recorrido y se habían convertido en verdaderas chimeneas ambulantes en vez de sacarlos de servicio y remplazarlos por vehículos ambientalmente amigables?
El ideal, sin duda, sería que los países tomaran acciones concretas para enfrentar el que se ha convertido en el principal problema del mundo. Todos queremos que este paraíso llamado planeta nos dure más. Ya lo dijo el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, “la humanidad tiene una elección: cooperar o morir”.
Pero una cosa son los ideales que inspiran emotivos discursos y otra distinta las posibilidades de hacer ese discurso realidad. Mientras China y Estados Unidos, los mayores contaminantes del planeta, no tomen acciones decididas, las buenas intenciones de la COP 27, se quedarán solo en eso. El gigante asiático es responsable por cerca del 30 % de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta mientras que la potencia americana responde por cerca del 11 %.
No está mal que Petro plantee un escenario futuro, deseable por muchos. Está en todo su derecho como líder político. Pero en lo que se equivoca es en poner a Colombia como pionera del experimento. Otra vez hay que decir e insistir en que frenar la exploración de petróleo y gas de Colombia llevaría a una crisis cambiaria y fiscal de proporciones gigantescas en el país y no tendría ningún impacto en materia climática. Porque el país es responsable únicamente del el 0,5 % de los gases contaminantes. Sería como aportar un grano de arena en un gigantesco desierto.
Si bien es importante hacer llamados para que el mundo tome acciones, es muy iluso pretender que las grandes economías vayan a seguir estas recomendaciones a rajatabla. Las reuniones de la COP son necesarias en la medida en la que tiene que existir un espacio de diálogo entre las naciones para ponerse de acuerdo, pero si los países que más contaminan, no participan ni en la conversación ni en la acción, es poco lo que se puede conseguir.
De buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno