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No es aventurado decir que los tres líderes, Benjamín Netanyahu, Alí Jamenei y Donald Trump han centrado sus decisiones en intereses políticos.
La declaración triunfal de Donald Trump sobre el supuesto cese al fuego entre Israel e Irán, producto —según él— de su liderazgo, no solo es prematura, sino también profundamente engañosa. Lejos de una paz duradera, el anuncio parece una maniobra de distracción en medio de un conflicto con raíces profundas y ramificaciones globales. No se sabe cuál será la ruta a seguir, en qué términos se ha pactado el cese de hostilidades y si habrá o no planes para seguir negociando.
El 13 de junio, Israel inició sus ataques contra instalaciones militares nucleares iraníes, así como contra altos mandos de las Fuerzas Armadas de Teherán y científicos nucleares. Durante las dos semanas posteriores, Trump emitió una serie de órdenes contradictorias —algunas incluso revertidas en cuestión de horas— que sus asesores luego intentaron presentar como parte de una “estrategia flexible”. Este caos discursivo aumentó la desconfianza entre aliados y rivales, agravó la percepción de una Casa Blanca sin rumbo claro y ha multiplicado el clima de inestabilidad.
Esta “Guerra de los 12 días”, bautizada así por Trump en uno de sus cientos de trinos, terminó en medio de la confusión. Mientras el presidente estadounidense asegura que el bombardeo de los B-2 destruyó para siempre el arsenal nuclear iraní, los servicios de inteligencia de su propio país informan que el daño causado tan solo retrasó unos meses la carrera armamentística de los iraníes. Y el paradero del uranio enriquecido sigue siendo un misterio.
Bombardear las instalaciones nucleares iraníes, en todo caso, no elimina la amenaza. A pesar de lo que digan el Pentágono y la Casa Blanca, no hay manera de saber el daño que han sufrido porque esto solo se puede verificar sobre el terreno. Lo que sí está claro es que Trump no es un estratega, como bien lo ha demostrado en Gaza y Ucrania. Ni siquiera tiene un equipo para dirigir una guerra. Bastante penoso fue verlo en estos días haciendo callar y desdecirse a asesores muy próximos que preferían no atacar a la república islámica.
No deja de ser curioso que Trump haya decidido romper una de sus más firmes promesas electorales. Al interior del Maga, la división es palpable. Son muchos los que creyeron en su promesa de no llevar a Estados Unidos a participar en ningún conflicto ajeno. Pero él parece haberse contagiado de lo que Putin y Netanyahu aprendieron hace ya bastante: nada como un conflicto para consolidar esa mezcla de populismo y autoritarismo.
Trump siempre ha estado muy seguro de su electorado y confía en que van a valorar su hombría. Por eso se adentró donde los cuatro presidentes que lo precedieron consideraron que era mejor no entrar. El mismo Trump que tomó la decisión “histórica” -en palabras de Netanyahu- de atacar Irán, fue quien rompió unilateralmente el acuerdo nuclear con Teherán, también histórico, alcanzado en el 2015 por Barack Obama. No es aventurado decir que los tres líderes, Benjamín Netanyahu, Alí Jamenei y Donald Trump han centrado sus decisiones en intereses políticos. Cada uno les ha presentado a sus ciudadanos una versión de la realidad que consideran los puede hacer más populares.
Netanyahu, enfrentando juicios por corrupción y una creciente oposición interna, ha instrumentalizado el miedo al enemigo externo para cohesionar a su base a sabiendas que la probabilidad de un ataque nuclear iraní es remota y casi imposible, porque supondría la desaparición también de la República Islámica. Jameneí, por su parte, apela al orgullo de su pueblo y al discurso antioccidental prometiendo respuestas contundentes, aunque por ahora todas hayan sido avisadas previamente a sus enemigos. Y Trump, en plena campaña electoral, parece convencido de que un golpe de efecto internacional puede revitalizar su narrativa de fuerza.
Sea como sea, que haya una intención de cese al fuego en Medio Oriente siempre es de agradecer. Pero no puede ocultar la peligrosa instrumentalización del conflicto por parte de sus principales actores.
Lamentablemente, después de este susto que hemos vivido, el espantoso régimen iraní seguirá en el poder, el conflicto en Gaza seguirá cobrando más víctimas y Estados Unidos continuará viendo con asombro cómo su democracia recibe un nuevo golpe interno cada día.
Es urgente que la comunidad internacional recupere el protagonismo diplomático y que se frene esta peligrosa deriva hacia el populismo bélico. Porque mientras tres líderes juegan al ajedrez con la seguridad global, millones de vidas siguen pendiendo de un hilo..