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Si hay algo que vale la pena destacar del gobierno de Gustavo Petro, cuando apenas han pasado 20 días desde su posesión, es la manera cómo ha ido encadenando acciones a su discurso para demostrar que en su gobierno lo que el mismo llama el pueblo, pero que también podríamos llamar el país diverso y que se ha sentido muchas veces marginado, tiene un espacio privilegiado.
Petro no se limitó al gesto de posesionarse en la Plaza de Bolívar y abrir la ceremonia para que participara el público en general. Al día siguiente ordenó abrir la plazoleta Núñez, un bello y enorme patio con jardines ubicado entre la Casa de Nariño y el Capitolio, que permanecía cerrado hace más de 20 años. Al verlo abierto se hace más evidente lo antipático que resultaba mantener a los ciudadanos alejados de él, sobre todo teniendo en cuenta lo escaso del espacio público en pleno corazón de la ciudad. Y también posesionó al comandante de la Policía en una particular ceremonia, en la cual en el momento en que el general Henry Sanabria tomó la espada de mando, de repente apareció un variado grupo de civiles de todas las edades, etnias y orígenes, que según se dijo representaban la comunidad. Y frente a estos ciudadanos el general hizo su juramento y sus promesas.
De suerte que cuando Petro va al territorio, como ocurrió el viernes en El Tarra, les habla de “consejos de seguridad en los que toda la comunidad participe”, construir “visiones comunes” para decidir “si se hace la carretera entre Tibú y Ocaña” —y la concurrencia estalla en un aplauso— “o si construimos la Universidad del Catatumbo” —y de inmediato comienzan a vitorearlo—. Hasta ahí no ha prometido nada solo les está diciendo que entre todos se van a sentar a decidir qué camino cogen en la región con más coca en el mundo.
Pero también, Petro ha activado símbolos importantes con los nombramientos. Es la primera vez que Colombia nombra una líder indígena como embajadora ante Naciones Unidas en Nueva York, y también la primera vez que un afro nos representa en Washington ante el poderoso gobierno de Estados Unidos. Es evidente, que con estos dos casos, como con otros, más que un nombre Petro pensó en un símbolo. Eso tiene un profundo significado, porque la diplomacia ha sido una suerte de territorio exclusivo de los más privilegiados de Colombia, de manera que esta será la primera vez en 200 años que ese privilegio y esa responsabilidad recaerá sobre representantes de comunidades hasta ahora excluidas de esa función.
No solo han sido los nombramientos diplomáticos. Este martes se posesionó la nueva directora de la Unidad de Víctimas, Patricia Tobón Yagarí. Su posesión estuvo acompañada de una pequeña ceremonia indígena en la Casa de Nariño.
Estas movidas del presidente Petro son de celebrar por varias razones. La primera y más natural, es que todos tenemos derecho, y todos tenemos algo que aportar. Sin desconocer el aporte que otras generaciones de servidores públicos han hecho, sí hay que reconocer que ellas han sido bastante homogéneas en cuanto a su composición y orígenes. Insistimos: han prestado valiosos servicios y no lo vamos a desconocer. Pero hay otros colombianos, de otras procedencias, con otras historias de vida, con otras experiencias, con otras visiones, que durante mucho tiempo han estado esperando su turno para aportar.
En segundo lugar, Colombia, en medio de todas las imperfecciones, tiene esa admirable capacidad de abrirse y cambiar cuando tiene que hacerlo. Y eso nos ha blindado de situaciones más críticas. En 1991 decidimos tener una constitución que no fuera producto de un partido victorioso sino de un acuerdo entre muchos, y que se haría en una asamblea donde además de la gente de siempre habría indígenas, afros y exguerrilleros: eso significó un primer paso en el propósito de abrir a la sociedad colombiana, la hizo dar pasos hacia adelante, la oxigenó y la llenó de vida. Esto que está pasando lo vemos en ese mismo espíritu. Conocedores de la situación de Chile, país que lleva tres años seguidos de estallido social que ni siquiera se ha apagado por la elección de un presidente de izquierda, dicen que este país y su sociedad eran demasiado rígidos y no se abrieron: basta pensar que aún tenían la constitución que les dejó la dictadura militar. Colombia, país que hace muchas cosas mal, hace está muy bien.
Habrá quienes se resisten a aceptar las bondades de abrir los espacios de poder a las diversas comunidades. Acostumbrado como está el país a la tecnocracia, a la aristocracia y sobre todo a la ‘políticocracia’, es un cambio que les puede costar aceptar.
Más allá de los debates que se han dado al respecto todas estas movidas de Petro nos ayudan a reflexionar sobre un hecho que nos parece francamente positivo del inicio de su administración: la intención explícita de abrir los espacios del gobierno a una mayor diversidad de colombianos, tanto étnica como socioeconómica, regional, de orígenes académicos, etc. Es, además, un mensaje que podría permear a la sociedad en su conjunto, para que ella sea más abierta a la inmensa y rica diversidad que tenemos como colombianos.
Ahora bien: esto no se puede quedar en el plano de lo simbólico. Esa mayor conexión con la gente, con el pueblo, y con sus diferentes sectores, tiene que manifestarse de manera eficiente y concreta en políticas que en verdad mejoren la situación de todos. El plano retórico es importante, pero sin el plano de lo concreto queda cojo.