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Editorial

Lula, el resucitado

Tras 40 años como personaje central de la vida política brasileña, de Lula se espera mucho en términos sociales, pero a la vez se teme la estela de corrupción que dejó su último mandato.
Publicado

Con menos de dos puntos de diferencia, el líder de izquierda Luiz Inacio Lula da Silva venció en las elecciones presidenciales del domingo a Jair Bolsonaro, hasta entonces presidente del país y avezado representante de una derecha que muchos califican de extrema. Mientras este último guarda silencio sobre los resultados, Lula invoca a Dios para tratar de explicar cómo fue posible renacer de las cenizas y alcanzar por tercera vez la presidencia de una de las economías más grandes de América Latina.

Se volvió a repetir el patrón de polarización visto en otros países de América Latina, pero en este caso se dio de una manera más dramática. De los insultos saltaron a las agresiones entre los seguidores de uno y otro lado e inclusive a asesinatos, al punto que un juez de la Corte Suprema de Justicia tuvo que suspender temporalmente varios de los mecanismos que facilitan la compra de armas, debido al “riesgo de violencia política”. Y la virulencia de la campaña, no parece que fuera a acabar tras las elecciones.

Hace cuatro años, cuando Lula tenía 72 años y comenzaba a pagar una condena de 12 años de cárcel por corrupción, casi todo el mundo pensó que su carrera política había llegado a su fin. Pocos contaban con que el Tribunal Supremo brasileño anularía la condena en 2021 que, valga resaltar, obedeció a errores procesales y no a que se pudiera comprobar la inocencia de Lula sobre los cargos por los que fue juzgado.

Qué pasó a partir de ahí y cómo logró volver a recuperar los votos que lo han devuelto a la presidencia de “o pais mais grande do mundo”, como dicen con orgullo los brasileños, es un cúmulo de factores. Por un lado, el fuerte rechazo que genera Bolsonaro en la mitad de la población. Muchos, y de eso sabemos algo aquí en Colombia, votaron más contra él que por el candidato que finalmente ganó.

Por otro lado, la jugada estratégica de Lula con la que consiguió llevarse a los votantes del centro hacia su bando - más de 10 partidos lo apoyaron - incluido el respaldo de figuras tan respetadas en los círculos intelectuales como la del expresidente Fernando Henrique Cardoso, quien fuera su rival político en el pasado.

Y finalmente, por un fenómeno que se conoce muy bien en Estados Unidos y que logró encumbrar a las alturas a un personaje como Trump: por nostalgia de los buenos tiempos pasados. Si el estadounidense prometía “volver a hacer grande a América”, el brasileño Lula da Silva no se quedó atrás y le pidió a la gente que votara por él para volver a “hacer crecer el país, generar empleo, distribuir renta y que el pueblo vuelva a comer bien”.

A Lula no le quedó difícil recordarle a la gente que durante sus dos mandatos anteriores el país vivió uno de los mejores momentos de la economía, que logró que 30 millones de personas ascendieran a la clase media y que al salir de la presidencia su gestión tuvo una aprobación de más del 80 por ciento. Y aunque las circunstancias actuales son muy diferentes, sobre todo tras los estragos del covid y sus múltiples consecuencias, consiguió encender en la gente la llama de la ilusión.

Tras 40 años como personaje central de la vida política brasileña, de Lula se espera mucho en términos sociales, pero a la vez se teme la estela de corrupción que dejó su último mandato. Para unos fue un héroe popular, mientras que para otros fue un simple populista. Tal vez uno de sus mayores retos será el cohesionar a una sociedad de 214 millones de habitantes que mostró en las urnas su profunda división.

Así entonces ya son once los países de América Latina gobernados por mandatarios de izquierda. Entre ellos están las cinco economías más grandes de la región (Brasil, México, Argentina, Chile y Colombia). En solo tres países de Suramérica no hay presidentes de izquierda: Ecuador, Uruguay y Paraguay. Sin duda este pedazo del continente está entrando a una era diferente.

Y eso no es poca cosa. Ha llegado la hora de demostrar de qué son capaces. Y la presidencia de Lula se observará con mucha atención .

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