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Lula vs. Petro

A pesar de las similitudes, las políticas que han implementado después de asumir la presidencia han tomado direcciones divergentes. Brasil sigue decidido a explorar y explotar sus reservas petroleras”.

31 de agosto de 2023
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En el último año, tanto Brasil como Colombia eligieron presidentes de izquierda en reñidas elecciones. Ambos mandatarios fueron elegidos a través de campañas que enfatizaron la lucha contra el cambio climático y la conservación del medio ambiente. Ambos llegaron al poder con la promesa de llevar a cabo amplias transformaciones sociales, pero se encontraron con la incertidumbre de los mercados financieros.

Sin embargo, a pesar de las similitudes, las políticas que han implementado después de asumir la presidencia han tomado direcciones divergentes.

Ninguna mejor muestra de lo anterior que el choque de posturas entre Brasil y Colombia en la Cumbre Amazónica, celebrada en Belém de Pará hace unas semanas. Aunque el presidente Petro propuso que los demás países adoptaran su idea de no firmar nuevos contratos para la exploración de hidrocarburos, la cumbre no lo respaldó con relación a la extracción de petróleo, en una oposición liderada por el mismo gobierno de Lula.

Incluso el presidente de Petrobras, la compañía petrolera estatal de Brasil, expresó su desacuerdo públicamente en X con la propuesta de Petro. Jean Paul Prates, CEO de la compañía, trinó: “Dejar de producir petróleo representaría una disminución del 40% en las exportaciones colombianas y una caída del 3.5% en el PIB de ese país. Es evidente que ni siquiera en Colombia hay consenso sobre esta medida y su implementación inmediata”.

Brasil sigue decidido a seguir explorando y explotando sus reservas petroleras. El gobierno de Lula se ha puesto la meta de aumentar su producción de petróleo de 3 a 5 millones de barriles diarios, proyecto para el cual Petrobras contará con un presupuesto de unos 6 mil millones de dólares para continuar proyectos de exploración en zonas de alto potencial en el noreste del país, cerca de Guyana. La política social y ambiental de Lula no va en contra de los hidrocarburos. Todo lo contrario: pasa por ellos.

Mientras Colombia –que contribuye con menos del 0.5% de las emisiones globales de carbono– decidió dedicarse a “hacer campaña” para convencer al resto del mundo sobre abandonar el consumo de combustibles fósiles, Brasil está enfocando sus esfuerzos en combatir la deforestación en la Amazonía y acelerar su transición hacia fuentes de energía más limpias, apalancándose en los ingresos del petróleo. La visión ambiental del gobierno de Lula, hasta ahora, ha sido mejor recibida por la economía del país y los mercados financieros internacionales.

Como resultado, las perspectivas económicas de Brasil han experimentado un cambio positivo en los primeros meses del gobierno de Lula, sorprendiendo a los inversionistas que inicialmente tenían preocupaciones debido a la pasada falta de control fiscal de su partido. Según The Economist, una encuesta a gestores de fondos institucionales y analistas financieros brasileños, indicó que la opinión negativa sobre el gobierno había disminuido del 90% al 44% desde el inicio del mandato de Lula.

Además, Fitch, una agencia de calificación crediticia, mejoró la calificación de la deuda en moneda extranjera a largo plazo de Brasil, marcando la primera mejora desde la rebaja en 2018. En el mismo sentido, el gigante suramericano ha logrado atraer un flujo significativo de inversión extranjera directa (IED) durante el último año, convirtiéndose en el quinto destino más grande en el mundo.

Por otro lado, impulsados principalmente por la exportación de petróleo y otros productos básicos, Brasil ha logrado sostener un superávit comercial que ha favorecido su tasa de cambio, lo cual ha aliviado sus presiones inflacionarias. Lo cual, sumado al buen trabajo de su banco central, ha logrado bajar su nivel de inflación del doble dígito a cerca del 3%. Un nivel en el que nuestro país envidiaría estar.

En Colombia, mientras tanto, más allá de los discursos, no se han dado las condiciones propicias para que se den ni proyectos de energía renovable de gran escala, como los que están frenados en La Guajira, ni para que se continúe con la inversión del sector minero-energético, al que por el contrario se le castigó en la última reforma tributaria.

La estrategia de Lula ha sido coherente con la situación energética de los brasileños. Similar a la situación en Colombia, más del 80% de la electricidad del país proviene de fuentes renovables, lo que significa que las emisiones de carbono se originan principalmente en la deforestación y la agricultura, en lugar del sector energético. Esta circunstancia ha llevado a Brasil a concentrarse en áreas donde puede generar un impacto significativo para el mundo: la conservación del Amazonas.

Lo que sí se firmó en la declaración conjunta de la cumbre de Belém de Pará fue una alianza amazónica para combatir la deforestación, en particular la tala ilegal que se ha apoderado del “pulmón del planeta” en los últimos años, un propósito para el cual la diplomacia brasilera se mostró efectiva a la hora de encontrar un consenso. Colombia podría tomar nota.

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