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Es muy tensa la situación en la frontera colombo venezolana. La dictadura de Nicolás Maduro y la camarilla que todavía le acompaña han cerrado las fronteras y prosiguen en su empeño de levantar barreras para asegurarse de que su régimen devorado por la corrupción mantenga en pie los mecanismos de represión y brutalidad contra todos aquellos que osen reclamar el regreso de la democracia y las libertades.
Colombia es, efectivamente, el centro de la movilización diplomática y política que busca promover el cambio en Venezuela, para el inicio de un proceso de transición que será largo, complicado y no exento de las mayores dificultades, comenzando por la reconstrucción de una nación en completa ruina económica y social.
El desespero del régimen de facto de la cúpula chavista que todavía controla las fuerzas armadas, el poder electoral y la reducida explotación petrolera, no servirá para facilitar el camino hacia esa transición. Por el contrario, han demostrado, y de forma aún más visible en estos últimos cuatro días, que están dispuestos a radicalizar las expresiones más brutales a las que acuden los déspotas que presienten que se enfrentan a las horas finales del sistema de mando que les aseguró impunidad y ausencia de contrapoderes.
El concierto en Cúcuta del pasado viernes fue un potente gesto simbólico, que no vio disminuida la fuerza de su mensaje a pesar de los esfuerzos de Maduro y sus conmilitones para contrarrestarlo. Más complicado ha sido lograr la entrada de la ayuda que varios países han enviado y almacenado en Colombia, para paliar las dramáticas carencias de los venezolanos en alimentos y medicinas. En eso el régimen de Maduro -con servicio de réplica de su mensaje por parte de algunos políticos colombianos- cuenta con las herramientas represivas y de sabotaje para impedir la entrada de lo que para ellos sería una evidente derrota. Aunque para los ojos de los demócratas del mundo la derrota moral de la dictadura ya se ha consumado, es irreversible y quedará en la memoria de la infamia la orden de no dejar que sus propios ciudadanos puedan recibir, así sea de forma limitada, bienes que requieren para su supervivencia.
Con la misma ferocidad en su proceder, Nicolás Maduro anunció en plaza pública, el pasado sábado, el rompimiento de relaciones diplomáticas con Colombia, con orden de expulsión en 24 horas de todo el personal diplomático y consular. La respuesta del Gobierno de Iván Duque fue correcta: aunque no reconocen la legitimidad de Maduro y, por tanto, no considera posible que pueda romper relaciones quien no tiene la representación de su Estado, dispone el regreso inmediato de los funcionarios colombianos para proteger su integridad. Prudente medida.
Por otra parte, hoy se reunirá en Bogotá el Grupo de Lima, en cuya sesión estarán presentes el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó -quien entró a Cúcuta el viernes y aquí ha encontrado arropo y solidaridad- y el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence. Los países del Grupo de Lima, con excepción de México y Uruguay, han asumido, también con el valiente apoyo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, una defensa activa de los demócratas que día a día se juegan la vida en y por una Venezuela verdaderamente libre.