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El diez de marzo pasado el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), completó los primeros cien días de su mandato de seis años. En los escasos tres meses desde su investidura como presidente, AMLO mantiene su popularidad en niveles entre 67-85 % según la encuestadora consultada, el más alto en treinta años para un presidente mexicano en ese periodo. Sin embargo, los mercados y las agencias calificadoras han mostrado su preocupación por el efecto negativo que las políticas presidenciales puedan tener sobre las finanzas públicas y la inversión.
Una característica del sistema mexicano es el largo empalme antes de la posesión, lo que permite que los equipos de trabajo, al llegar al gobierno, puedan tomar decisiones rápidamente, como en esta ocasión. El gobierno de López Obrador comenzó con unos ejes bien definidos sobre los cuales trabajar y que son los que hoy le han permitido mantener la popularidad: una estrategia de comunicación con mayor cercanía a la ciudadanía, un plan de austeridad, la lucha contra la corrupción y los programas sociales.
En cada caso se definieron acciones muy simbólicas con buenos réditos políticos. La comunicación la hace el propio presidente con sus giras por todo el país en las que anuncia sus programas de gobierno. En la lucha contra la corrupción se empezó por Pemex, la petrolera estatal, para eliminar el robo de combustibles que se estaba haciendo a la empresa. Para la política de austeridad se tomaron decisiones sobre los salarios de los funcionarios públicos y la venta del avión presidencial. Se diseñaron programas sociales dirigidos a las familias, los adultos mayores y a los jóvenes.
También este ha sido un período de mucho debate sobre algunas de las políticas del gobierno. Tal es el caso de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, que además de costosa fue muy polémica, y de la propuesta de crear la Guardia Nacional para combatir el crimen organizado, sobre la cual finalmente se alcanzó un consenso en el Congreso.
La laboriosidad del gobierno no es lo que preocupa a los mercados. La preocupación viene de la falta de claridad acerca de la dirección que van a tener las políticas de AMLO. Algunas señales que se han dado no son pro mercado como el deseo manifestado por Morena, el partido del presidente, para eliminar el cobro de diversas comisiones bancarias, que limitarían las ganancias de los grupos financieros. La desconfianza crece aún más, ya que ante la revisión a la baja de las calificadoras Fitch y Standard and Poor’s a Pemex y el gobierno, la respuesta de Morena, afortunadamente fracasada, fue tratar de constreñir la labor de esas firmas.
La economía mexicana no se encuentra en una mala situación, pero está vulnerable. Hay luces y sombras: la inflación de 3,94% anual en febrero es la más baja desde diciembre de 2016, pero al tiempo la economía está desacelerando. Se han reducido las proyecciones de crecimiento y ahora se anticipa para 2019 una tasa de 2 % y de 2,3 % para el siguiente. Hay mucha volatilidad y los inversionistas como lo reporta Financial Times (17-2-2019) están renuentes a invertir en México. El reto que tienen AMLO y su gobierno es convencer a los mercados de la bondad de sus políticas para que la inversión apuntale el crecimiento. Si este último es bajo o negativo no hay popularidad que aguante.