Pico y Placa Medellín
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Hoy Medellín derrumba el edificio que habitó uno de los narcotraficantes más sanguinarios que haya conocido la humanidad: Pablo Emilio Escobar Gaviria. Con esta demolición no solo desaparece un inmueble en deficientes condiciones estructurales, cuya repotenciación y recuperación constituían un gasto oneroso y ofensivo de recursos públicos, sino que se desmonta un símbolo más del victimario, para dar paso a la “resignificación del espacio urbano”, en memoria y respeto de las víctimas y en la larga tarea de transformación de la cultura ciudadana hacia referentes de legalidad y aprecio absoluto por la vida.
No ha sido breve ni ligera la discusión frente a este paso que da la Alcaldía de Medellín. Había partidarios de conservar esa torre, mediante su reutilización conservando sus cáscaras para recargarla también de símbolos y actividades a favor de las víctimas y su memoria.
Pero la pobreza actual del valor mismo de los patrones de arquitectura del edificio, abandonado y carcomido, sumada a costos de adecuación por valor cercano a $40 mil millones, y el trasfondo histórico sustantivo de que no fue allí donde permanecieron y sufrieron las víctimas de la violencia de Escobar y su cartel, sino que por el contrario era allí donde habitaba el capo con sus extravagancias, escoltado por pistoleros, hace que en términos prácticos y conceptuales sea mucho más benéfico para la ciudad demoler un hito de una época de chabacanería insultante e intimidación desbordada contra la sociedad colombiana.
El gran reto está en que como resultado del concurso que se convocó para el diseño del Parque Inflexión, con jurados internacionales y un riguroso proceso de selección, se logren activar encuentros, intercambios, apropiaciones e identidades urbanas que aporten al conjunto de los procesos generales de transformación cultural, que buscan desmarcar y desmontar en Medellín los focos y ofertas de la ilegalidad.
Son estas una ciudad y una región aún muy frágiles en la construcción de referentes y oportunidades, de equidad económica e integración social, a las que afecta además la presencia marcada e innegable de organizaciones criminales cuya financiación esencial deriva de nuevos clanes y bandas del narcotráfico.
Sobre la memoria de más de 46 mil víctimas que se estima dejó la guerra del narcotráfico, entre 1984 y 1993, a las que se quiere rendir tributo por su valentía y el contenido de sus vidas truncadas, en todas las capas sociales y rincones urbanos, en todos los niveles ciudadanos y rutinas cotidianas, sobre la base de su recuerdo, es que deben surgir puntos de inflexión, cambio y renovación cultural y del espacio público.
Resalta que Medellín es cada vez más capaz, desde sus ambientes académicos, profesionales, políticos y gubernamentales, de llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos, y de afrontar en consecuencia los debates e intercambios que requiere para tomar estas decisiones que perfilan otros tiempos, miradas y tratamientos a sus problemas, y a sus proyectos.
El precio pagado, en sufrimiento y vidas, ha sido altísimo. Pero de ese tamaño es también la capacidad de explorar cambios y afrontar retos.
Derribar el hito del Mónaco implica que cuanto se haga allí alimente un nuevo espíritu comunitario. Con esa demolición no se pretende decir que Escobar y el narcotráfico, asuntos entramados y complejos, quedan sepultados. Se quiere, sí, borrar influjos y referentes dañinos y huecos, y abrir paso a una narración del dolor, la sanación y la esperanza, desde las víctimas y su memoria, para que Medellín se reconcilie y apasione cada vez más con la creación y el desarrollo, sin las trampas, la violencia y la muerte que encarna la ilegalidad.