x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

¿Petro perdió el juicio?

Colombia merece algo mejor que un presidente que proclama que el país fracasó bajo su mando. Merece un liderazgo que inspire y, al menos, no utilice la tribuna presidencial para difundir el desaliento.

hace 16 horas
bookmark
  • ¿Petro perdió el juicio?

Es difícil emitir hoy un juicio sobre qué puede ser más grave: si el hecho de que durante cuatro horas el presidente Gustavo Petro protagonizó una verdadera obra de teatro del absurdo a los ojos de todo el país, o más bien el que a lo largo de esas cuatro horas el mandatario pareció estar bajo el efecto de alguna sustancia que no le permitía estar en su sano juicio.

El médico Diego Rosselli, reconocido en el país por sus análisis durante la pandemia, fue tajante en su cuenta de X: “Decir que el Presidente en su alocución de hoy está ebrio no es una simple opinión, es un diagnóstico”.

Por momentos, Gustavo Petro no parecía estar al frente de una nación, sino montado en el escenario de un stand up improvisado, saltando de un tema a otro, lanzando exageraciones y ocurrencias que provocan más risa y desconcierto que reflexión. Entre burlas a sus opositores, teorías conspirativas sin pruebas y declaraciones que rayan en lo delirante, el presidente convirtió sus dos discursos –las dos horas de la alocución y las dos horas del consejo de ministros– en monólogos donde él mismo era el actor, el público y el aplauso.

Esas evidencias, más las denuncias que hizo en su momento el canciller Álvaro Leyva –“Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de la drogadicción”–, no parecieran dejar dudas sobre el problema que aqueja al mandatario.

Sería profundamente grave que un presidente como Gustavo Petro padeciera una adicción al alcohol o a las drogas, no solo por lo que implica en términos de salud personal, sino por las consecuencias que puede tener sobre el ejercicio del poder. Cuando la mente de un gobernante está nublada, alterada o distorsionada por una sustancia, lo que está en juego no es solo su integridad, sino la estabilidad de todo un país.

La adicción en un líder multiplica los riesgos de arbitrariedad, impulsividad y delirio de poder. Las decisiones dejan de responder al interés público y comienzan a reflejar los vaivenes de su estado emocional o de sus caprichos. El poder, ya de por sí embriagador, se convierte en un cóctel explosivo cuando se mezcla con una mente fuera de sí.

Pero como si no bastara con el desconcierto inicial, quedó al descubierto un problema aún más grave. Nunca antes, en la historia contemporánea, se había visto a un presidente que, en cadena nacional, tratara a su propio país como una nación decadente, fallida y sin esperanza. Petro dejó ver un preocupante estado anímico y arremetió sin piedad contra su propia gestión, reconociendo de forma implícita —y en tono derrotista— el fracaso de su gobierno.

Dejó claro que tras tres años de mandato no ha sido capaz de consolidar un equipo de gobierno. “No me sirven los ministros que tengo”, dijo sin rodeos, añadiendo que “la mayoría me han traicionado”. ¿Qué clase de liderazgo es este, que en lugar de construir, destruye? Si después de más de mil días en el poder no ha podido formar un gabinete que funcione, el problema no es del equipo, es del director.

En el colmo de la paradoja, Petro afirmó que el Estado colombiano “va a quebrar”, que “todas las cifras lo dicen” y que el país “se hunde en la barbarie y la violencia”. Y si bien es cierto que la economía enfrenta desafíos, y el déficit fiscal aumenta de manera preocupante, no existe respaldo técnico serio que sostenga la idea de una quiebra inminente del Estado. Sus palabras, lejos de tranquilizar o explicar, sembraron angustia, como si gobernara un país ajeno que ya no le pertenece ni lo representa.

A esta inquietante cadena de declaraciones, el Presidente sumó una frase tan innecesaria como desconcertante, utilizó la palabra “vendetta”, para luego decir que “de los mayores problemas de este gobierno es la pelea a muerte, más en las mujeres” y luego dio un dato insólito: “Yo me paso el 80% de mi tiempo atendiendo los problemas de los conflictos entre las mujeres, interinos, no los de afuera”. Podrá ser una exageración, pero evidencia a un presidente que siente ocupar la mayor parte de su tiempo peleas internas, en lugar de dedicarse a resolver los problemas del país.

Pero eso no fue todo. Petro aseguró que Colombia tiene “uno de los peores sistemas de salud del mundo”, desconociendo décadas de avances, cobertura y atención integral que, a pesar de los déficits —como las multimillonarias deudas acumuladas por las EPS—, han permitido que millones de colombianos accedan a servicios que en muchos países aún son privilegios.

La pregunta que se impone es profundamente ética y política: ¿es justo para Colombia tener como mandatario a quien gobierna desde la desesperanza, desde la confesión pública de derrota, desde el señalamiento a sus propios funcionarios y la desinformación constante?

Colombia merece algo mejor que un presidente que proclama que el país fracasó bajo su mando. Merece un liderazgo que inspire y, al menos, no utilice la tribuna presidencial para difundir el desaliento.

Sigue leyendo

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD