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Editorial

¿Por qué chiflan los “pelagatos”?

En el último Gallup Poll, un 53 % de los encuestados desaprueba la forma como se está desempeñando Quintero. Es la primera vez en más de 27 años que la desaprobación a un alcalde de Medellín es más alta que la aprobación.
¿Por qué chiflan los “pelagatos”?
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El alcalde Daniel Quintero llegó al Estadio Atanasio Girardot a ver el partido de Nacional contra Santa Fe que definía un cupo para las semifinales de la Copa Colombia. Quintero quiso, tal vez, contagiarse de la buena racha que trae el Atlético Nacional y decidió ir a la gramilla.

Llama la atención que no hubiera calculado lo que podría venir: de varios sectores del estadio comenzaron a abuchearlo. Incluso trató de acercarse a un niño y el chico se le escabulló asustado. El alcalde, con su estilo de descalificar a quienes lo cuestionan, respondió en Twitter que eran “10 pelagatos” los que lo chiflaban. Las redes comenzaron a llenarse de videos en los que se oía el abucheo desde otros sectores del estadio.

Pero aquí hay dos temas de fondo. El primero es por qué chiflan al alcalde. Según el más reciente Gallup Poll, los “10 pelagatos” en realidad pueden ser el 53 % de los encuestados, el cual desaprueba la forma como se está desempeñando Quintero. El dato no es menor porque se trata de la primera vez —en más de 27 años de medición de este sondeo— que la desaprobación a un alcalde de Medellín es más alta que la aprobación. La medición se hizo en los últimos días de agosto y allí aparece que un 46 % de los encuestados aprueba su desempeño. Lo cual, de paso, significa un desplome de 38 puntos del 84 % con el que estaba hace catorce meses. Hay también otras encuestas, como la de Datexco, que le da una mejor calificación: una aprobación que subió del 56 % al 69 %.

Los diez pelagatos, tal vez, le reclaman que la ciudad esté llena de escombros y basuras, algo que pocas veces antes se veía. O, quizás, que también uno de cada tres semáforos se hayan dañado. O seguro por los atascos de tránsito, para los cuales no se ofrece una solución.

Puede ser también que alguno lo abuchea por haber casado una pelea con la dirigencia empresarial y el sector privado, un enfrentamiento que genera zozobra y que, en últimas, solo perjudica a la ciudad. Otros, tal vez, están molestos por el enorme ruido que se ha provocado en la joya de la corona, EPM, con la renuncia de la junta directiva en pleno, el impacto en la calificación de riesgo y los tres cambios en la gerencia. O por la afectación que han tenido el Jardín Botánico, Buen Comienzo y el Inder, que son entidades con alto impacto social en zonas vulnerables, así como por las alarmas que se han disparado por la supuesta falta de transparencia en la contratación y los constantes cambios de secretarios, gerentes y directores de entidades del conglomerado público.

Sin duda, aquellos a los que el alcalde llama “pelagatos”, hay que admitirlo, tienen razones para quejarse.

Pero el otro debate de fondo es el uso mismo de esa expresión. La palabra pelagato, según la Real Academia de la Lengua, se utiliza para referirse a una “persona insignificante o mediocre, sin posición social o económica”. Resulta paradójico, por decir lo menos, que una persona usando el poder que le ha dado el pueblo con el voto emplee tal expresión de desprecio precisamente para referirse a los ciudadanos. Flaco favor le hace a la democracia.

Es mucho lo que el ser humano ha reflexionado alrededor del poder. El poder suele asociarse con un cambio notorio en el comportamiento de quien lo ejerce, cambio que muchas veces puede ser contraproducente. El historiador británico lord Acton concluyó: “el poder corrompe” —aunque también, más recientemente, Rubén Blades lo controvertía diciendo: “el poder no corrompe, el poder desenmascara”—.

El alcalde, antes de descalificar a los ciudadanos, bien haría en atender las súplicas que hay detrás del malestar de esos “10 pelagatos”

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