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Este fin de semana en Colombia tuvimos una especie de déjà vu colectivo: con el feroz ataque de las disidencias de las Farc contra Jambaló (Cauca) muchos nos sentimos de regreso a 1999. El asalto lo hicieron con todo el kit de la época: robo al Banco Agrario, destrucción de entidades e incluso disparos contra aeronaves del Ejército. Las imágenes que quedaron, de las casas del pueblo llenas de agujeros de bala y los habitantes contando las horas de pánico y zozobra que vivieron, nos hicieron recordar las peores épocas de la historia reciente del país.
¿Dónde está la política de defensa y seguridad del gobierno de Gustavo Petro? ¿Dónde está y qué piensa el ministro de defensa Iván Velásquez?
Como si las imágenes de Jambaló no fueran suficientes se conocieron también este fin de semana las revelaciones de quien fue viceministro de Defensa el primer año del gobierno de Petro, el general retirado Ricardo Díaz, a la revista Semana.
Por supuesto que estas declaraciones las tomamos con toda la cautela y el rigor que la situación exige, y no vamos a darles credibilidad así no más, sin la debida verificación. Algunas de ellas no parecen muy sólidas pues son testimonios de oídas o a partir de referencias de terceros. Otras son más preocupantes porque son testimonio de hechos de corrupción que el ex viceministro afirma haber presenciado personalmente.
Pero además de esas revelaciones hay otras afirmaciones que nos dejan con una inquietud más profunda. El exviceministro muestra un ministerio desarticulado y con las fuerzas desmotivadas, y a su titular, Iván Velásquez como un líder sin conocimiento ni experiencia en los temas de su cartera y que pareciera no estar interesado en dominarlos pues su atención estaría puesta en cómo acabar la corrupción en el sector y cómo sacar a la Policía del ministerio. ¿A qué grado de desprotección nos llevará esto?
Cuando Velásquez fue nombrado en esa cartera, muchos le dimos el debido beneficio de la duda, aun en medio de preocupaciones por su falta de preparación y su posible politización. Velásquez sin duda tiene una carrera destacada como investigador judicial, pero eso no quiere decir que sea suficiente para los enormes retos de seguridad de los colombianos.
Con el paso de los meses, esa inexperiencia se traduce en una creciente falta de liderazgo y en el vacío creado empiezan a florecer expresiones de criminalidad armada y de terrorismo a las que nadie les está haciendo contrapeso desde el Estado. Combatirlos claramente no es la prioridad del gobierno, y eso no se va a cambiar con una aparición como la que hicieron Velásquez y el presidente Petro en el Cauca, donde posaron para las cámaras como cualquier Napoleón Bonaparte dirigiendo operaciones militares. Un show tras el cual el imperio de las disidencias, el Eln y los carteles de la droga sigue tan firmes como antes.
Nos preocupa también la insinuación de que el ministerio, ante la ausencia de liderazgo de Velásquez, estaría siendo casi tomado por los intereses de personas externas como el jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia, un ex M19 muy cercano al Presidente. ¿Cuál es el propósito?
En cuanto a los dos temas a los que se ha dedicado Velásquez hay que decir que combatir la corrupción es necesario y bienvenido, y lo que más queremos como colombianos es que esa lucha dé muy buenos resultados. Pero lo que no es saludable es que se haga con ánimo ofensivo y generalizante, no contra los responsables sino contra toda la fuerza, porque el resultado antes que una depuración sana de las fuerzas militares será el desmantelamiento y la desmoralización de nuestro aparato militar.
En cuanto al interés de sacar a la Policía del Mindefensa, la cual, creemos, carece de fundamento y justificación, terminaría en la desarticulación de las capacidades que la Policía ha construido durante años en materia de inteligencia, combate al crimen organizado y al terrorismo.
No quisiéramos pensar que la desarticulación de nuestras capacidades militares hace parte de la política de “paz total”. Los hechos, sin embargo, tozudamente nos van llevando hacia esa idea. Esperemos que sea una equivocación.