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Esta semana en Bogotá fue presentado, en el marco de la campaña “Soy parte de una nueva generación que confía”, el Índice de Medición de Reconciliación, derivado de los datos arrojados por casi 12 mil encuestas realizadas en octubre de 2017 en 41 municipios del país, seis en Antioquia, entre ellos Medellín, y con historia de conflicto en sus territorios. Quien encargó el estudio es una alianza entre la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID Colombia) y varias empresas privadas.
Este Instrumento de Medición para la Reconciliación analiza cuatro ejes: la confianza, el empoderamiento, el respeto y el diálogo. Pues bien, este estudio ratifica lo que desde hace varios años arrojan otras encuestas de opinión: la confianza en nuestro país es un valor que está prácticamente desaparecido. No hay confianza ni en lo público ni en lo privado. Ni en los líderes políticos ni en sus partidos ni en las instituciones que deberían garantizarla como factor de cohesión de una sociedad cada vez más fragmentada. Ni siquiera el sector privado, según esta encuesta, genera confianza, tal vez el activo más valioso en el sistema de libre competencia y libertad de mercado.
Los datos son así: el 86 % de los encuestados no confía en las instituciones del Estado; el 83 % no confía en el sector privado; el 84 % no confía en los medios de comunicación; el 73 % no confía en sus vecinos. Las cifras son tan desalentadoras que las instituciones que mejor paradas salen en la medición no pueden decir que reúnan la confianza mayoritaria, sino que tienen menores índices de desconfianza. Y entre estas están la Iglesia (confía en ella el 28 %), el Ejército Nacional (confianza del 18 %) y la Policía (15 %).
Los índices de respuestas que manifiestan que no confían nada, muy poco o ni mucho ni poco (podríamos decir “no confianza”) en instituciones claves para la estabilidad democrática y política del país son abrumadores: los partidos políticos (91 %); los partidos políticos y movimientos sociales (92 %); los sindicatos (90 %); gobernaciones y alcaldías (87 %); o jueces y fiscales (88 %).
Al ser preguntados si consideran que los líderes y los políticos se preocupan por lo que ellos piensan, el 52,9 % de los encuestados contesta que no. Pero es dramática la cifra en el sector rural: 84,2 % se sienten ignorados por quienes definen programas y toman decisiones. No extraña que en estas condiciones los índices de abstención electoral en nuestro país sigan siendo de los más altos de América Latina.
Contrasta todo lo anterior con la pregunta cuyo índice de aceptación es casi unánime: de si se sienten orgullosos de ser colombianos, contestan inequívocamente que sí el 92,1 % de los encuestados. Mientras hay países desarrollados cuya propia identidad nacional se encuentra en permanente crisis, cuestionada su unidad nacional y con su visión de sí mismos fragmentada, en Colombia el sentimiento de patriotismo está incólume. A pesar de que las instituciones persistan en golpear la credibilidad a diario, y de que haya orfandad de liderazgos políticos que conciten unión y marcha hacia propósitos comunes. Será la sociedad civil la que marque el rumbo, mientras la institucionalidad decide recuperar la brújula y encauzar las energías nacionales hacia la sensatez y la concordia.