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Hasta hace no tanto tiempo el comienzo de la Semana Santa sumergía al país en su religiosidad. En un día como hoy, la Colombia católica celebraba el Domingo de Ramos, esa fiesta que conmemora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén algunos días antes de la fiesta de la pascua judía, y que inaugura la Semana Santa, última etapa de la cuaresma cristiana que terminará el próximo domingo con la celebración de la Fiesta de Pascua.
Esa cronología, que se consolidó en el mundo en el siglo XIX, no es solo un evento religioso, sino también cultural, que en Colombia tuvo muchas manifestaciones particulares. Los colombianos se volcaban a las iglesias en esos días santos, seguían juiciosamente las ceremonias organizadas para cada uno de ellos, y respetaban los ayunos y las abstinencias. Las familias peregrinaban por las iglesias visitando los llamados monumentos. Causaban mucha expectativa las palabras que desde los púlpitos pronunciaban los principales jerarcas de la Iglesia, muchos transmitidos por los medios de comunicación, pues se consideraban mensajes importantes para la comunidad que se congregaba en torno a sus pastores.
Hoy es distinto, entre otras razones porque en la Constitución de 1991, a diferencia de la anterior de 1886, a Colombia no se le definió ninguna religión oficial y se consagró la libertad de cultos. Para muchos la Semana Santa sigue siendo una época de meditación y recogimiento, pero también, para muchos otros, son tiempos de vacaciones y solaz. Sin duda, el espíritu de la época ha cambiado. Sin embargo, hay mucha fe a pesar de todo, y todavía los católicos acuden numerosos y entusiastas a manifestarla en las diferentes ceremonias organizadas por la Iglesia.
Por otra parte, a pesar de los cambios y de que es un país más laico, Colombia sigue siendo religiosa, pero su religiosidad no es la misma. Seguramente muchos de los viajeros de estos días se declararían creyentes si se les interrogara, pero optan por descansar o incluso seguir trabajando en los días santos, y la religión no les parece un asunto tan apremiante como a sus ancestros. La religiosidad también ha cambiado si se tiene en cuenta la propagación, bien documentada, de las iglesias cristianas y evangélicas que sin duda han atraído a muchos fieles que antes eran católicos.
En los nuevos tiempos, deberíamos todos los colombianos mantener la Semana Santa como un tiempo de reflexión, para pensar sobre lo que está sucediendo en el mundo y en Colombia y recobrar la espiritualidad. Es una ocasión en la que a cada uno de nosotros le convendría preguntarse si está ayudando a que las cosas mejoren, se reduzcan las desigualdades y la sociedad avance en la paz y la reconciliación. También deberíamos en esta época reflexionar sobre la democracia y cómo preservarla y fortalecerla para obtener los mejores beneficios para todos. Y también, como decía Ignacio de Loyola, deberíamos ser capaces de agradecer las cosas buenas, los dones y favores que hemos recibido.
Reflexionar, con un ojo en Venezuela, sobre lo que dijo el Papa Francisco al dar inicio a la Cuaresma: “Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación”.