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Vuelve y juega. Ahora el turno le tocó al vecino Panamá: protestas masivas que no cesan, polarización y una explosión de rabia y frustración.
Pese a ser un estallido anunciado, no por ello deja de sorprender esta tormenta que se desató en las calles de Panamá. La fórmula del descontento se repite: primero un detonante, en este caso fue la subida de los precios de la gasolina, denominador común de otras tantas protestas mundiales, y luego la gente dice estar harta de la corrupción y no aguantar la desigualdad en la que vive.
Las fotografías de la protesta son también idénticas a las de otras latitudes. Maestros, trabajadores de la construcción, transportistas, indígenas y gente de clase media que normalmente no suele protestar se tomaron las calles.
Es cierto que el presidente Laurentino Cortizo, del tradicional Partido Revolucionario Democrático, no ha sabido estar a la altura. Sus reacciones fueron tardías e insuficientes y el descontento general encontró un vacío de liderazgo.
Y también es cierto que están dados los elementos para construir una narrativa de la protesta: el modelo panameño ha generado mucha riqueza, pero no una adecuada distribución. Desde que finalizó la concesión del canal a Estados Unidos, han pasado de percibir 500.000 dólares anuales a 2.300 millones, y su ingreso per cápita se triplicó y pasó de 4.000 dólares por año a 15.000. El dinero abunda, pero igualmente lo hace la inequidad. Panamá tiene uno de los salarios mínimos más bajos de América Latina, y el costo de los medicamentos puede ser hasta diez veces mayor que en Colombia.
El panorama actual presenta a un presidente debilitado políticamente, con no muy buena salud, que va cediendo cada vez más espacio a su vicepresidente José Gabriel Carrizo, quien a su vez tiene muy cuestionada su credibilidad a causa de algunas acusaciones de corrupción por contratos con equipo médico usado durante la pandemia.
Ahora hay una mesa de diálogo que busca acercar posturas entre todos los grupos sociales. Las posiciones se han radicalizado y la polarización, que conocemos tan bien aquí, crece cada día más en Panamá. Son múltiples y variadas las demandas de los diferentes grupos, tantas que a veces parece que, más que diálogo, lo que se da es una serie de monólogos que chocan entre sí.
Medios tan respetables como el semanario inglés The Economist lo venían advirtiendo. La Unidad de Inteligencia de The Economist publicó un informe titulado “Política, populismo y gobernabilidad: riesgo operacional en Latinoamérica”, en el que analizaba el creciente riesgo que el populismo y la pérdida de credibilidad de los gobiernos representaba para las empresas y las inversiones extranjeras. Y Panamá quedaba en una delicada posición. Pese a que lo calificaban muy bien en materia macroeconómica y financiera, sostenían que la pérdida de confianza y la inefectividad del gobierno, en un entorno de presión populista, representaba un grave riesgo para las inversiones en ese país.
Quedaba así expuesto, a ojos de la comunidad internacional, una amenaza directa a la rentabilidad y a la seguridad jurídica de las inversiones en Panamá.
Es verdad que la realidad social de los países latinoamericanos no es la mejor, pero llama la atención que la lista de quejas de Panamá se parezca a la de otros países: desempleo, frustración por el mal manejo de los recursos durante y después de la pandemia y leyes que favorecían a unos pocos.
¿De verdad hay una pandemia de descontento que recorre las venas de América Latina? ¿O estamos ante una estrategia bien diseñada de provocar indignación en redes sociales, encontrar una crisis y lanzar a las calles a los ciudadanos antes de elecciones? Tal vez la respuesta sea: todas las anteriores.
Así como en Panamá las protestas se están dando dos años antes de las elecciones, en Chile comenzaron dos años antes, y en Bolivia y en Colombia un poco antes también. En los cuatro casos se trataba de “tumbar” gobiernos de derecha.
El problema es que, como las protestas se convirtieron en el más eficaz ejercicio de oposición política, ahora también las están repitiendo en Chile, Perú y Argentina, países gobernados por mandatarios de izquierda, donde están ardidos por el aumento de los precios del combustible, en los dos primeros, y por la inflación en el tercero.
Por supuesto, en cada uno de esos países, los gobernados por la derecha y los gobernados por la izquierda, la población siempre tendrá motivos para salir a protestar. ¿La democracia tradicional de las urnas está siendo sustituida por el populismo de las calles? .